PARADA MILITAR BICENTENARIO EJERCITO DE CHILE 2010

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BICENTENNIAL MILITARY ARMY OF CHILE 2010

REPORTAJES ESPECIALES E INFORMACIÓN ADICIONAL

sábado, 9 de octubre de 2010

VENEZUELA: UN AVICTORIA TÁCTICA, UNA DERROTA ESTRÁTEGICA

Así, si bien el régimen se encuentra en la perentoria necesidad de aplastar a la oposición de aquí a diciembre de 2012, se encuentra asimismo ante la objetiva imposibilidad de lograr su propósito. A no ser violentando el orden constitucional y efectuando un eventual golpe de estado. Legal, constitucional o armado: poco importa su naturaleza. No tiene alternativa: está entrampado en un callejón sin salida. 
*Antonio Sánchez García

La medición de fuerzas que acaba de tener lugar en el contexto de las elecciones parlamentarias del 26 de septiembre, ha terminado, nos guste o no nos guste, en tablas: ni el régimen obtuvo los dos tercios necesarios para terminar de estrangularnos, ni la oposición esos mismos dos tercios para estrangular al régimen. En este desafío del todo o nada, la resolución definitiva del conflicto existencial en que estamos empeñados ha sido postergada hasta diciembre del 2012. O a lo que eventualmente pudiere suceder en el intertanto. En este nuevo escenario, la radicalización parece inevitable.
Este duelo mortal en que estamos empeñados no es responsabilidad de la oposición, que ante el ataque por desmantelar la institucionalidad democrática por parte del régimen – burlando los compromisos democráticos con que llegara al Poder y la propia constitución que lo sellara – se ha mantenido afianzada en sus posiciones. Sin renunciar ni un instante a su derecho a la legítima defensa. Mejorándolas cuantitativa y cualitativamente. Y habiendo alcanzado en un esfuerzo unitario creciente y sistemático la absoluta mayoría nacional. Como quedara parcialmente de manifiesto una vez más este 26 de septiembre. Es la respuesta de votantes y no votantes– entre los cuales ese 25 o 30% de fuerzas que hasta hoy se mantienen al margen de las decisiones, pero que son mayoritariamente antichavistas, como lo demuestran las encuestas más serias y acreditadas del país. Es la respuesta manifiesta o silente de una mayoría democrática cercana al 70% de los venezolanos ante un régimen que se ha propuesto derrotar, aniquilar y desplazar para siempre del escenario político nacional al sistema democrático instaurado el 23 de enero de 1958, instaurando en su lugar un régimen totalitario. Sin contar, en estricto rigor, con más que un 30% del electorado. Un enfrentamiento entre la democracia y la dictadura que ya tiene once largos y extenuantes años, que encontrara un punto de inflexión con la crisis del 11 de abril y que diera lugar, desde entonces, al estado de excepción irresuelta en que vivimos. Ni la soberanía establecida el 23 de enero de 1958 ha sido definitivamente destronada, ni la nueva soberanía perseguida afanosamente por el régimen ha terminado por imponerse. El problema crucial del Poder en Venezuela, aún no ha sido resuelto.
Para emplear la famosa fórmula de Carl Schmitt en su teología política – “soberano es quien resuelve el estado de excepción” – lo cierto es que en Venezuela tal resolución se encuentra suspendida sine dia. Pende sobre la oposición democrática la espada de Damocles de su aniquilación; pende, sin embargo y por la misma razón, sobre el régimen la de su definitiva derrota. El escenario electoral, escogido por ahora por ambos contendientes, ha conducido a un aparente empate de fuerzas, definidamente mayoritario en votos populares – que son el auténtico termómetro de la correlación de fuerzas – para las fuerzas democráticas. Formalmente favorable en representación parlamentaria para el régimen, sin que esa espuria mayoría le permita llevarnos al cadalso.
El 26 de septiembre, las fuerzas democráticas le infligieron al régimen una derrota estratégica. Era su última carta seudo democrática para imponer el llamado socialismo del siglo XXI por vías aparentemente democráticas. La cuadratura del círculo. Puso todas sus fuerzas en acción y jugó en el intento con todas sus cartas: las nobles y las innobles, las legales y las ilegales, las marcadas y las inocentes. No alcanzó su objetivo. Ni lo alcanzará por esa vía. Se le fue el tren de la historia: o tira por la borda sus apariencias democráticas y le pone fin a la farsa apostando a la violencia bruta, al enfrentamiento, a la radicalización, o acepta su derrota estratégica y vuelve a la reconciliación y el entendimiento. Para encontrar un espacio en la nueva democracia venezolana. Llegó a su callejón sin salida. Perdió su apuesta.
Ese es el significado, esa la inmensa trascendencia de la victoria táctica de la oposición, ese el de la derrota estratégica que le infringió al régimen. Se acabaron las medias tintas, se acabó el juego de los espejos. Como lo reconocen las mentes más lúcidas y comprometidas de quienes apuestan a la revolución socialista, vale decir: al comunismo. O democracia representativa o dictadura castrista. Una disyuntiva cuya resolución puede extenderse en el tiempo, pero en la cual cada día que pase favorece a las fuerzas democráticas. Algo semejante, guardando las debidas distancias de tiempo y lugar, sucedió en el Chile de la Unidad Popular, como bien lo ha resaltado el senador de Renovación Nacional Andrés Allamand luego de observar en vivo y en directo nuestro proceso electoral. Si bien en dicho caso con resultados de signo inverso. La oposición de demócrata cristianos, radicales y nacionales – el conjunto de las fuerzas del centro y de la derecha chilenas que se oponían al proyecto revolucionario de la Unidad Popular y al gobierno de Salvador Allende que lo representaba – esperaba obtener de las elecciones parlamentarias de marzo de 1973 los dos tercios necesarios para enjuiciar y provocar la renuncia constitucional del presidente de la república. A pesar de los pesares y contrariando todos los pronósticos, las fuerzas de la UP avanzaron más de diez puntos sobre sus logros de las presidenciales de 1970 y aunque no obtuvieron ni la mayoría en votos ni en curules, impidieron la consumación de la estrategia electoral de la oposición democrática.
Quedó claro entonces, para tirios y troyanos, que la resolución de la crisis no podría ser resuelta electoral, pacífica, constitucionalmente. Como en rigor lo hubiera querido Salvador Allende, que pensó en la fórmula final de un plebiscito que le permitiera una salida honorable. Conscientes de su fracaso y dueños de la institucionalidad, las fuerzas opositoras resolvieron en agosto un dictamen del Congreso y la Corte Suprema de Justicia denunciando la ilegitimidad del gobierno y exigiendo su inmediata renuncia. El rechazo frontal de la UP a someterse al veredicto constitucional y el rechazo al plebiscito que proponía Salvador Allende fueron la señal que precipitó el golpe de Estado de las fuerzas armadas.
No es el caso de la oposición venezolana, que resuelta a mantenerse fielmente apegada a la Constitución alberga la firme esperanza – a todas luces perfectamente válida, como lo demostrara el pasado 26 de septiembre con su trascendental victoria – de apostar todas sus cartas al juego estrictamente político y terminar por derrotar electoralmente al presidente de la república en 2012 restableciendo la institucionalidad democrática gracias al ejercicio legislativo a partir de enero próximo. Pero sí es el caso de las fuerzas que sostienen al régimen, que se ven cercadas peligrosamente por un avance aparentemente inevitable de las fuerzas democráticas en todos los terrenos y una pérdida creciente de las suyas propias. Las fuerzas democráticas, a la ofensiva, han terminado por imponer el terreno del enfrentamiento. O el régimen acepta el veredicto de las urnas, o viola las reglas del juego. La decisión sobre el empleo de la violencia máxima para resolver su impasse, está en sus manos. Inútilmente: ya es tarde para consumar un golpe de estado, así se lo travista de institucionalidad parlamentaria.
De allí que, a pesar del aparente empate de fuerzas, la dinámica interna de las fuerzas en pugna favorezca resueltamente a la oposición, que ha reasumido la iniciativa y se encuentra prácticamente a la ofensiva en todos los terrenos del enfrentamiento político, mientras desfavorece al régimen, obligado a radicalizar sus posturas si pretende insistir en su proyecto estratégico. Cambiando, en consecuencia, el escenario de la confrontación del parlamento – inutilizado bajo cualquier pretexto o empleado a fondo en estos tres meses de interregno – al enfrentamiento cívico militar. ¿Será capaz de intentarlo, teniendo en contra la mayoría nacional y el predicamento claramente democrático y antigolpista de la opinión pública y los gobiernos de la región, como quedara demostrado con las escaramuzas golpistas protagonizadas recientemente en Ecuador?
Asunto altamente problemático. Pues si ello es así en el terreno nacional, tanto o más lo es en el terreno internacional. La evidencia de la naturaleza antidemocrática de las mediciones electorales en Venezuela han puesto el régimen absolutamente al desnudo. Si además del carácter, por ello, prácticamente írrito de su mayoría la empleara en contra de la oposición democrática, radicalizando sus posiciones, tendrá a las mismas instancias que acaban de salir en auxilio del presidente Correa viniendo en auxilio de los demócratas venezolanos.
Así, si bien el régimen se encuentra en la perentoria necesidad de aplastar a la oposición antes de diciembre del 2012, y seguramente tentado a subir la apuesta al máximo de sus posibilidades en estos tres meses cruciales que le restan a la moribunda asamblea nacional, se encuentra asimismo ante la objetiva imposibilidad de lograr su propósito. A no ser violentando el orden constitucional y efectuando un eventual golpe de estado. Legal, constitucional o armado: poco importa su naturaleza.
Ante esta dramática situación, el gobierno está ante una encrucijada: obligado a radicalizar sus posturas o a retirar sus apuestas. La oposición, por el contrario, tiene una única opción: apostar todas sus cartas a la pacificación. Utilizar a fondo el arma de la crítica. El régimen, por el contrario, a ejercer la crítica de las armas. ¿Quién se impondrá? ¿La guerra o la paz? Sólo Dios lo sabe.

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