Por Daniel Lozano
Para LA NACION
Armadas y financiadas por diversos sectores del chavismo para actuar como custodios del régimen frente a la oposición, las milicias urbanas recibieron en los últimos tiempos reprimendas públicas de parte del presidente Chávez. ¿Maquillaje electoral o giro político en la Venezuela bolivariana? La Venezuela de Chávez tiene una frontera que no figura en los mapas. Estamos en el 23 de Enero, el bastión revolucionario de la capital, a pocos minutos del presidencial Palacio de Miraflores. "Aquí manda La Piedrita y el Gobierno obedece. La guerra de guerrillas, base de la lucha de un pueblo". Grafitis, carteles y propaganda electoral dan la rebelde bienvenida y demarcan su territorio. A la policía no le gusta entrar en el 23. Aquí reinan las milicias urbanas populares, como se autodenominan los diversos grupos ultras, incluida La Piedrita. Fueron el brazo armado del chavismo, su músculo más radical, durante los años duros en que el régimen creyó necesario blindarse ante el acoso opositor, especialmente después del intento de golpe en 2002. Para algunos siguen siéndolo todavía, pese a que Chávez, con la preocupación del referendo, intentó durante los últimos meses desmarcarse de esos grupos que espantan a los votantes moderados.
Armado hasta los dientes, con total impunidad y financiado por distintos tentáculos del oficialismo, el brazo paramilitar del chavismo se robusteció durante los 10 años de gobierno. Ellos mismos luchan contra el hampa, que desangra Caracas en los barrios más populares. Un hampa que no
descansó ni siquiera durante el 15-F: la morgue contabilizó 60 homicidios durante el fin de semana del referéndum.
GRUPO LA PIEDRITA
Pero no sólo los antisociales están en su punto de mira. El grupo de La Piedrita ha reivindicado las acciones violentas de los últimos meses dirigidas contra todo lo que huela a oposición. Los muchachos del díscolo Valentín Santana ("el 23 de Enero es el segundo territorio liberado de América, tras Cuba", suele decir) no son, ni mucho menos, la única agrupación ultra. Hay otras, más o menos violentas, más o menos conocidas: los carapaicas, siempre prestos a intervenir, con el adiestramiento militar de mayor nivel; el Frente de Resistencia Popular Tupamaro, los más ideológicos, dedicados a proteger su comunidad; Los Alexis Vive, con una intensa acción social, pero empeñados en la toma violenta de la Universidad pública... Y los chirinos, los montaraz... Cada uno con sus padrinos dentro del Régimen.
LA HORA DE LA VERDAD
A lo largo de los últimos diez años fueron recibiendo fusiles de asalto, pistolas, granadas, vehículos militares, inyecciones de dinero y, sobre todo, impunidad.
¿Quién está detrás de los ultras de Chávez? El traspaso de poderes de la administración municipal de Caracas, tras la victoria de la oposición en las elecciones regionales de noviembre pasado, dejó al descubierto algo que era vox pópuli, pero de difícil comprobación documental. Los distintos tentáculos del oficialismo abastecen, subvencionan y patrocinan a los grupos radicales.
Al menos 7700 personas contratadas por el anterior alcalde, el chavista Juan Barreto, cobraban sueldo sin desempeñar trabajos reconocidos, por un monto anual de 117 millones de bolívares fuertes (más de 43 millones de euros al cambio oficial). En este listado se ha identificado a 15 integrantes de la agrupación Alexis Vive y a dos líderes de los guerreros de la Vega. Y es sólo la punta del iceberg.
Las jornadas de trabajo parecen eternas en la nueva sede municipal, en la céntrica avenida Urdaneta. Antonio Ledezma, el nuevo alcalde de Caracas, trabaja en su despacho protegido por una decena de agentes de civil preparados para intervenir en caso de una nueva invasión de la sede municipal. Una planta más abajo, un equipo de trabajo escudriña los fondos repartidos por el anterior alcalde.
Ledezma ha nombrado una Comisión de la Verdad independiente, que estudia toda la documentación para determinar las acciones judiciales a seguir. Y surgen más sorpresas todos los días. Como un documento al que ha tenido acceso este cronista, dirigido al anterior director de Recursos Humanos, con fecha de 19 de febrero de 2008, en el que se le solicita la inscripción de nueva gente ingresada ya q ue "se le hizo una limpieza a la lista anterior y excluimos de la misma a las personas que están en contra del proceso y se sustituyeron por otras que están con el proceso revolucionario". El pedido, que contaba con la autorización del entonces alcalde de Caracas Juan Barreto, llevaba la firma de su asesor, Richard Peñalver, un nombre maldito para los antichavistas. Actual concejal del Partido Socialista Unificado de Venezuela, fue acusado de ser uno de los francotiradores que disparó desde el Puente Llaguno contra la manifestación opositora que se dirigía a Miraflores el fatídico 11 de abril de 2002. Aquel día murieron 14 personas y 110 fueron heridas. Una grabación del canal Venevisión lo situaba en medio de la acción, disparando, con saña. Fue juzgado y resultó absuelto. Peñalver tenía en su nómina propia a varias personas, entre ellas uno de los miembros destacados de la Esquina Caliente, el grupo violento de motorizados que se ha desgajado de La Piedrita. Otros de los que cobraban por esta vía han participado en la toma violenta de varias sedes de la Alcaldía Mayor en estas últimas semanas, acciones con las que pretenden coaccionar al nuevo gobierno municipal. Ellos aducen que se trata simplemente de un conflicto laboral, ya que el 31 de diciembre, cuando se hizo el recambio de autoridades, dejaron de percibir sus sueldos.
A otros grupos, incluida la beligerante La Piedrita, se les aportaba la logística. Tras atacar una concentración de los universitarios que pedían el no en el pasado referéndum y realizar varios disparos, 10 milicianos fueron detenidos, el 21 de enero pasado, por la Policía de Chacao. Los agentes decomisaron dos armas y cinco motos y se encontraron con la sorpresa de que los vehículos pertenecían a la Alcaldía Mayor. Un juez puso en libertad inmediatamente a los ultras y les devolvió sus vehículos. El que todavía está esperando el "perdón" de los jueces es el nuevo secretario de Cultura. El 29 de enero último, Víctor Carrillo fue retenido y esposado por milicianos de la Esquina Caliente en su propia sede, cuando intentaba despachar los primeros asuntos de su puesto. Al principio, amenazaron con hacerle un juicio popular. Después, se conformaron con entregarlo a la Policía y a un juez. Fue acusado de alteración de orden público y resistencia a la autoridad.
GRUPO PARACAIPAS
AJENOS A TODOTras la frontera fantasma en el corazón de Caracas todo sigue igual, ajenos a comisiones de la verdad o investigaciones judiciales. Para viajar a las tripas del chavismo radical es necesario contar con distintos salvoconductos. Los conceden los propios milicianos, que conocen al detalle los pasos de los reporteros en su selva urbana. También es importante obtener el visto bueno de Lisandro Pérez, Mao, jefe civil del barrio. "Yo también fui encapuchado", le gusta contar a Mao mientras bebe café en su centro de operaciones del 23, flanqueado por retratos de Chávez y del "otro Mao, el chino". Y mientras se congratula por la victoria electoral, sólo 72 horas antes.
A las agrupaciones del 23 se les han unido grupos aún más peligrosos. Son pequeñas bandas, anárquicas, también armadas y motorizadas, que se mueven al otro lado de la l ey, capaces de actuar contra los enemigos de la Revolución a cambio de distintas retribuciones. Muchos de ellos proceden de los antiguos círculos bolivarianos, un fracasado intento de Chávez de organizar una red paralela, calcada de los Comités de Defensa de la Revolución cubana, los famosos CDR. Una de estas bandas se hace llamar el grupo social de Terry. Motorizado, dotado con una pequeña artillería, se declara afecto al oficialismo de forma abierta. "Somos unos regenerados", se definen con cierta sorna. O sea, ex delincuentes que ya cumplieron con su condena. "Ahora luchamos contra los malandros (antisociales), actuamos como grupo de exterminio", sentencia el jefe de la banda, el que da nombre al grupo.
Después de más de un tira y afloja, Terry, Pinki y los suyos posan para el fotógrafo. Ha vencido su perfil más exhibicionista. Cada uno porta su arma. Estamos en una de las terrazas del 23 de Enero, Caracas a nuestros pies, pocos días antes de que acabe el 2008. Los miembros del grupo social de Terry se consideran guerreros de la Revolución, aunque carezcan de formación ideológica, aunque parezca imposible que persigan objetivos políticos. Algunos de sus integrantes están directamente vinculados con organismos oficiales, incluyendo un ministerio del que reciben "sobres" de dinero a cambio de seguridad y de tareas de escolta de funcionarios. Todos ellos, grupos y minibandas, antiguos círculos bolivarianos y veteranos guerrilleros, juntos y revueltos, tomaron la calle en las horas posteriores al golpe contra Chávez de abril de 2002. "La oligarquía, y el propio Chávez, saben que el 23 de Enero es el blindaje de la revolución. Siempre estamos con las armas cargadas para defender el proceso", aseguró J. G., luchador del barrio y líder del Frente de Resistencia Tupamaro.
Pero, más allá de las arengas, los milicianos de Chávez están armados hasta los dientes. Este cronista lo ha comprobado en diversas ocasiones a lo largo de los últimos dos años. Los carapaicas fueron los primeros. Tras varias semanas de negociaciones, posaron con parte de su armamento militar a finales del 2006 en su última exhibición de poderío ante la Prensa. El comandante Murachí dejó constancia de su militancia radical, pero en las filas del chavismo: "Tomaremos el oeste de Caracas y nos atrincheraremos junto al pueblo", en caso de otro intento de golpe.
GRUPO ALEX VIVE
Las acciones violentas de los ultras se intensificaron durante las semanas que precedieron al referéndum. Tanto que Chávez se vio obligado a ordenar la detención del líder de La Piedrita, Valentín Santana. "Ese grupo está infiltrado por la CIA. La Piedrita está siendo financiada y está infiltrada por la ultraderecha. No podemos tolerar maquinitas o maquinarias de guerra o terrorismo", sorprendió. La marcha atrás de Chávez, que consiguió el cese absoluto de las hostilidades contra la oposición una semana antes del referéndum que le dio la victoria, se produce después de años de impunidad. Tanta que el propio Santana reconoció públicamente que su grupo había efectuado ataques con bombas lacrimógenas y otros dispositivos contra el Episcopado venezolano, la cadena opositora Globovisión, el Ateneo de Caracas y un par de periodistas antigubernamentales. Y fue más allá: "Si pierde el sí, vamos a la guerra". Y más aún: "Nos proponemos pasar por las armas a Marcel Granier [principal directivo de RCTV]". Santana ya contaba con tres órdenes de detención por dos asesinatos y un homicidio frustrado. Pero parece un intocable. Incluso fue condecorado, con bombo, platillos y cámaras de TV, por el gobierno municipal revolucionario en 2006. Al cierre de esta edición habían transcurrido tres semanas desde la orden de Chávez y nada se sabía de Santana, salvo los rumores, procedentes de la Fiscalía de la nación, que aseguran que el líder de La Piedrita ya encontró refugio en Cuba. La "huida" de Santana es acogida con una sonrisa por Deivis, su lugarteniente en La Piedrita. "Hemos decidido no realizar ninguna declaración. De momento...". La orden es enfriar el tema. Un recorrido por la zona controlada por La Piedrita no refleja ningún tipo de presión policial. "Es más, Valentín estuvo hablando a su gente antes de las elecciones. Todo el mundo votó por el sí en las calles de La Piedrita", añade Mao. Otros líderes apoyan la medida de Chávez, pero muestran a su vez solidaridad con este "verdadero revolucionario".
La primera que lo defiende es Lina Ron, líder de la radical Unidad Popular Venezolana (sus motorizados son temidos en todo Caracas), quien también fue amonestada por el presidente: "Es una buena mujer, pero tiende a llamar a la anarquía y, si sigue así, se va a quedar sola", denunció públicamente Chávez. Ron es una veterana dirigente, que encabezó los círculos bolivarianos y que tiene peso propio entre las huestes del oficialismo radical. Tanto que participó en la presentación de la campaña del sí sentada junto a su coordinador general, Jorge Rodríguez. Para que no quedara ninguna duda de su poder, acompañó al ministro Jesse Chacón a una importante reunión en el Consejo Nacional Electoral días después. Ron compareció ante los medios tras el reciente triunfo del sí sin un atisbo de arrepentimiento tras el tirón de orejas: "[Chávez] es el mesías prometido de nuestra tierra". "Lina Ron, y a través de ella Diosdado Cabello (ministro y uno de los delfines de Chávez), han ayudado a La Piedrita", sostiene Lisandro Pérez, Mao, líder civil del 23 de Enero y veterano revolucionario. Sin embargo, agrega: "El presidente está en la obligación de acabar con los violentos, no ayudan a la Revolución".
¿Maquillaje electoral o en verdad Chávez intenta empezar a poner distancia con sus ultras? La pregunta está en el aire. Y todos los analistas consultados coinciden. Teodoro Petkoff, director de Tal Cual y hombre de izquierda, no alberga ninguna duda: "Fue una jugada táctica de Chávez, necesaria para sus propósitos electorales. No descartaría que hubiese estado inteligenciada con ellos. Pero ruptura en serio no hubo, ni habrá: los necesita para otros propósitos de más largo plazo, los del miedo. La intimidación difusa, la creación de miedo, angustia o ansiedad en algunos sectores necesitan de cuerpos tipo la Piedrita y Lina Ron".
Luis Vicente León, director de Datanálisis y uno de los politólogos más respetados del país, añade que el problema para Chávez "fue que los diablos sueltos no eran fácilmente controlables. Con acciones que ponían en riesgo la popularidad del presidente, especialmente en la clase media, pero también en la base de la población que rechaza la violencia mayoritariamente".
Roberto Briceño León, director del Laboratorio de Ciencias Sociales y principal experto en violencia del país, va más allá: "Los paramilitares están planteados como una fuerza de choque contra los opositores en la actualidad o en una eventual salida del poder. O contra las nuevas autoridades. Son parte del plan B. Chávez ha pretendido fomentar la violencia política, la lucha de clases, pero lo que logró es el aumento de la violencia delincuencial. Son pobres matando a pobres. Por eso no puede actuar completamente contra esos grupos de manera permanente y estratégica, sino sólo de manera táctica".
La violencia ha sido denominador común a lo largo de la década de Chávez. Desde los tiroteos en la Plaza de Altamira contra los manifestantes de la oposición hasta la colocación de una bomba, justo hace un año, en la sede la organización empresarial Fedecámaras. Héctor Serrano, alias Caimán, antiguo agente de la Disip (servicios de Inteligencia de la Policía), falleció al explotar el artefacto que él mismo manipulaba. Los carapaicas desmintieron que estuvieran detrás de la operación, tras los distintos rumores que confirmaban la militancia de Serrano en este movimiento revolucionario.
"Fue un héroe. Se tiró encima de la bomba para que no hiriera a sus compañeros", asegura, un año después, otro de los legionarios de Chávez. "Yo haría lo mismo por la Revolución".
FRENTE DE RESISTENCIA POPULAR TUPAMAROTreinta y ocho superbloques de hasta 450 apartamentos cada uno y 42 edificios más pequeños se levantan imponentes, como dinosaurios de cemento, gigantescas sombras sobre la ciudad. Fue Mario Pérez Jiménez quien desató semejante aventura urbanística. La caída del dictador posibilitó la toma de los departamentos y su bautizo con la fecha del derrocamiento. Así comenzaba la historia rebelde del barrio 23 de Enero, zona subversiva de 110.000 almas. Represión, torturas, desaparecidos... Las policías de la IV República quisieron aplacar con la violencia oficial el espíritu rebelde de un barrio que en 1971 acogió a un nuevo vecino, un cadete de la Academia Militar procedente de Barinas: Hugo Chávez. En sus calles creció su impulso revolucionario, mientras buscaba amores con las melodías rebeldes del cantautor Alí Primera, una especie de Silvio Rodríguez de la revolución bolivariana. Desde hace años, el barrio canta su propia canción: "Hay fuego en el 23, en el 23...".
En las inmediaciones del gigantesco edificio Sierra Maestra, los tupamaros vigilan las andanzas de los reporteros. Es la mejor protección, una especie de inmunidad contra la violencia urbana. Los malandros ya saben que son tan duros como Harry el Sucio. Sólo aquí, recorriendo sus calles, subiendo a sus azoteas, escuchando sus proclamas, se puede entender cómo el cordón umbilical entre Chávez y 23 de Enero se ha estirado hasta hoy.
Tras fracasar su intentona golpista del 92, el líder revolucionario se atrincheró en un cuartel del barrio antes de su rendición. Cuando una década después los caprichos de la Historia repitieron parecida intentona, pero al revés, con Chávez en el trono presidencial, el barrio entero liderado por sus tupamaros se lanzó a la calle para recuperar el poder perdido.