América Latina ha dejado atrás el sueño de integración comercial y cooperación política de los años 90 para convertirse en un escenario fragmentado donde potencias rivales compiten en un juego estratégico cuajado de riesgos
Pocos episodios retratan tan bien el cambio de las reglas de juego en el continente como la crisis generada por las negociaciones entre Bogotá y Washington para permitir a las fuerzas norteamericanas emplear bases colombianas en el desarrollo de operaciones antinarcóticos. Las encendidas protestas de Venezuela y Ecuador, las posiciones ambiguas de un buen número de cancillerías latinoamericanas y la debilidad de la respuesta estadounidense a la polémica son señales claras de un nuevo reparto de poder en un hemisferio dividido por profundas brechas ideológicas. América Latina ha dejado atrás el sueño de integración comercial y cooperación política de los años 90 para convertirse en un escenario fragmentado donde potencias rivales compiten en un juego estratégico cuajado de riesgos. El dudoso honor de haber hecho saltar en pedazos el orden continental le corresponde al presidente Chávez. Durante sus diez años al frente de Venezuela, ha convertido la exportación de la revolución bolivariana en el eje su política exterior. El resultado no ha sido pequeño. Caracas lidera hoy una coalición de países unidos por el rechazo a EE.UU. como modelo de democracia liberal y economía de mercado. Ahora, este bloque que incluye al Ecuador de Correa, la Nicaragua de Ortega y la Bolivia de Morales se ha unido en un coro de condenas a la decisión del gobierno colombiano de profundizar la cooperación antidroga con EE.UU. Una posición bien paradójica cuando se recuerdan las maniobras realizadas por la Armada venezolana con un crucero de propulsión nuclear ruso no hace tanto tiempo. Entretanto, algunas cancillerías latinoamericanas perseveran en políticas sin sentido. Ahí está el caso de Brasil. En principio, la administración Lula ha delineado una política de defensa que parece dirigida a responder al programa de rearme venezolano. Pero al mismo tiempo, el ministro de Relaciones Exteriores de Brasilia, Celso Amorim, no ha dudado en señalar que las armas venezolanas halladas en manos de las FARC son un asunto menor en comparación con el acuerdo entre Colombia y EE.UU. La misma clase de inconsciencia parece encontrarse en la política de la presidente chilena, Michelle Bachelet. Santiago está ofreciendo equipo militar a Quito -cazabombarderos Mirage 50 que Ecuador esta buscando adquirir– siguiendo su antigua estrategia de apoyo a los adversarios de Lima. Sin embargo, resulta inconcebible que Perú pueda representar una amenaza para Chile y además Ecuador no quiere las armas para reabrir el contencioso del Cenepa sino para amenazar a Colombia. Por su parte, la diplomacia de EE.UU. parece haber tomado una actitud pasiva frente a la crisis. El presidente Obama se ha limitado a señalar que no ha autorizado la instalación de una base estadounidense en territorio colombiano y se ha refrenado de enviar mensaje alguno de solidaridad a Bogotá. Una señal clara de hasta que punto la Casa Blanca parece apostar por una política de “dejar hacer” en una región donde su influencia está en declive. Así las cosas, Colombia parece condenada a asumir en solitario los costes políticos y estratégicos de mantener su asociación estratégica con Washington y su compromiso con la lucha antinarcóticos. La polémica generada por la negociación Washington-Bogotá perderá fuerza en las próximas semanas. Pero el escenario que se ha dibujado durante este episodio definirá el juego estratégico en América Latina por mucho tiempo. Por un lado, un bloque bolivariano que se muestra decidido a consolidar su posición hegemónica en la región. Por otra parte, unos EE.UU. que carecen de la voluntad y los emprendimientos diplomaticos para hacer frente a este reto. Entre ambos, una serie de gobiernos latinoamericanos moderados cuyas políticas exteriores oscilan entre la determinación de contener una amenaza que perciben cercana y la completa ignorancia de los cambios que ha sufrido el escenario continental. Sin duda, esta crisis es solo el prologo de una confrontación estratégica que promete ser más duradera y peligrosa.
* Román D. Ortiz es Director del Área de Información y Análisis de la firma de consultoría Grupo Triarius.