Lula quiere que, con su discreta mediación, Uribe y Chávez hablen honesta y francamente el 26 de noviembre en Manaos
En Colombia no se habla de otra cosa que de la posibilidad de una guerra con Venezuela. La semana pasada el presidente Hugo Chávez hizo el movimiento de tropa más importante de su gobierno en los últimos años. Mandó a Zulia, Táchira, Amazonas, Bolívar y Apure 15.000 efectivos de la Guardia Nacional para reforzar la seguridad en los límites con Colombia. Pocos días antes, la frontera había sido cerrada como reacción al asesinato de dos guardias venezolanos, a manos, según el gobierno de ese país, de paramilitares colombianos. Este era un eslabón más en una cadena de sucesos preocupantes como la masacre de 11 jóvenes vendedores de maní en Táchira hace dos semanas y las denuncias hechas por Venezuela sobre un supuesto espionaje orquestado por el DAS en los países vecinos. A las muertes se han sumado deportaciones masivas, captura de supuestos espías y una dialéctica verbal incendiaria proveniente de Caracas, Venezuela. En Colombia, por su parte, en menos de seis meses, según la última encuesta de Invamer Gallup, la imagen negativa de Venezuela pasó de 65 a 80 por ciento.
Cuando entre dos países hay un ambiente de preguerra o de abierta hostilidad, cualquier pequeño episodio puede desencadenar una hecatombe. Ese clima de creciente tensión, que alimentan posteriormente tormentas irreversibles, es el que se está viviendo entre Colombia y Venezuela. Y el ojo del huracán es la frontera. La situación entre los dos países es tan delicada, que evitar un derramamiento de sangre no depende sólo de la buena voluntad de Uribe y de Chávez. La desconfianza mutua ha ganado demasiado terreno.
Por un lado, Chávez y su gobierno están obsesionados con una supuesta conspiración en su contra, que tendría un doble propósito: una invasión de Estados Unidos, usando como puntal las bases militares en Colombia; y por el otro, un complot para matarlo, auspiciado por sus opositores, junto a espías colombianos y grupos paramilitares, todos actuando desde la frontera hacia adentro.
Uribe, por su parte, demostró ante la comunidad internacional de que Venezuela protege a la guerrilla y los grandes capos del narcotráfico, bien sea por corrupción o por afinidad ideológica. Que allí reciben armas, dinero y que no son combatidos al otro lado de la frontera. Uno y otro se sienten amenazados por su vecino.
Aunque ambas posiciones son extremas y han llevado a restricciones flagrantes en el comercio, reducción de las inversiones, el cierre de la frontera y la ruptura de las vías diplomáticas, la cosa es a otro precio cuando empieza a haber muertes de por medio y sospechas mutuas sobre el espíritu malévolo de uno u otro gobierno.
Esta creciente animosidad tiene muy preocupados a los vecinos, pero sobre todo a Brasil. Marco Aurelio García, el más influyente asesor del presidente Lula da Silva, le dijo al diario El País de Madrid el jueves pasado que "sería interesante que Colombia y Venezuela acordaran un sistema de vigilancia conjunto de su frontera común" y dijo que Brasil podría aportar medios técnicos como aviones de vigilancia, y quién sabe si sus sofisticados satélites. Y agregó que lo ideal sería que ambas naciones firmaran un pacto de no agresión.
Aunque el ofrecimiento de García era informal, el viernes Lula anunció que busca reunirse en privado con Uribe y Chávez en la cumbre de Manaos, que se realizará el 26 de noviembre, para buscar un acercamiento de las posiciones entre los dos países. Uribe no le ha respondido oficialmente a Lula ni a la proposición hecha por García que, entre otras cosas, no es un ofrecimiento, sino un "ponerse a la orden", como se dice en Colombia.
Sin embargo, pocas horas después de que esta se conoció, el canciller Jaime Bermúdez habló telefónicamente con su homólogo español, Miguel Ángel Moratinos, para que ese gobierno europeo considere una "verificación y monitoreo" de la frontera, similar a la que ofreció Brasil. El presidente José Luis Rodríguez Zapatero ya se había ofrecido como mediador entre los dos países, pero sus buenos oficios no fueron aceptados por Hugo Chávez.
Tampoco es la primera vez que Lula ofrece su discreta colaboración. Cuando sonaron tambores de guerra después del bombardeo al campamento de 'Reyes', en Ecuador, Lula activó su diplomacia. Y en momentos cruciales como la última liberación de secuestrados, después de la Operación 'Jaque', Brasil se convirtió en un país confiable y neutral para prestar las aeronaves en las que se realizó el complejo operativo.
Para Lula, el conflicto entre Colombia y Venezuela es muy grave y su resolución, crítica para su propia seguridad nacional. Por un lado, porque comparte una amplia frontera amazónica con ambos países y tiene una relación comercial muy importante con ellos; y por otra parte, porque la rencilla entre los dos gobiernos, que encabezan proyectos ideológicos diametralmente opuestos, sabotea su propio proyecto político prioritario, que es convertir a Suramérica en un solo bloque bajo su liderazgo.
El gobierno de Venezuela envió 15.000 miembros de la Guardia Nacional para reforzar la seguridad en los estados de la frontera. Pocos dudan de que se trata de una demostración de fuerza. Para enfrentar al crimen organizado en los dos países es necesaria la cooperación y el intercambio de inteligencia. Algo que hoy en día sólo es posible a través de un tercer país, como Brasil o España
Lula parece cada vez más interesado en jugar como mediador de bajo perfil en este conflicto. El 19 de octubre Uribe viajó con un grupo de empresarios a Sao Paulo, donde se encontró con el presidente brasilero. Además de las promesas de duplicar el comercio y de que la presencia de militares de EEUU en Colombia no afectará la región, Uribe le pidió a Lula que hablara con Chávez para bajarle la temperatura a la tensión entre los dos países. Y el 31 de octubre, cuando ya la crisis fronteriza se había desatado, Lula viajó a Caracas y habló con el Presidente venezolano de la necesidad de una reunión con Uribe para hablar con honestidad y franqueza de lo que estaba pasando. Encuentro que el Presidente brasilero ya propuso para finales de noviembre, aprovechando la cumbre de presidentes en Manaos.
En el pasado reciente Brasil ha intentado mediar en la crisis regional, sin mucho éxito, y casi siempre a pedido de Colombia. En 2005, cuando se efectuó por parte de Colombia la captura del jefe guerrillero de las Farc Rodrigo Granda, lo que desató la primera gran tormenta e ira de Hugo Chávez, y un año después, cuando Venezuela se retiró de la Comunidad Andina de Naciones (CAN) y afectó el comercio con los países andinos.
En 2008, cuando sonaron los tambores de guerra, después del bombardeo al campamento del grupo narco-terrorista de las Fuerzas Armadas de Colombia en territorio ecuatoriano contra el jefe de las Farc 'Raúl Reyes', Brasil ayudó a tejer un clima de concordia durante la cumbre de la OEA en Santo Domingo. Pero Lula, coherente con su creencia de que "las crisis diplomáticas suramericanas deben ser resueltas en la región", enfiló sus baterías para que Unasur entrara en funcionamiento, y especialmente su Consejo de Seguridad. Colombia inicialmente se negó a vincularse a esta instancia por contar con una mayoría de países satélites de la revolución Chavista o proclives y simpatizantes de ella (Ecuador, Bolivia, Argentina) o contrarios a la presencia de militares de EEUU en Latinoamerica (Perú y Brasil y países caribeños) En donde solo Chile se mantenía en punto medio.
Pero de nuevo Brasil desplegó todo su reconocido talento diplomático y logró que Uribe accediera a hacer parte de este nuevo organismo. Con la promesa de Brasil, expuesta ante el Consejo de Seguridad de la Unasur por el propio Lula, de que no permitía un "ajusticiamiento" del presidente colombiano, por parte de los presidentes miembros del ALBA y aliados de las politicas solcialistas de Chavez
Aunque la aspiración de Brasil es que Unasur desempeñe un papel protagónico en la solución de los problemas que ha enfrentado Uribe con sus vecinos, la noticia de que Colombia tendría no una sino siete bases militares para uso de EEUU, hizo que Unasur terminara empantanándose como escenario de conciliación regional, producto de las furibundas posturas del núcleo socialista del ALBA.
A la postre Colombia terminó en minoría y el diálogo con los demás países, especialmente con Venezuela, ha sido más infructuoso. En realidad el tema de las bases envió el mensaje a la región de que Colombia tiene orientada su política exterior mucho más hacia el norte que hacia el sur del continente, en donde el nacionalsocialismo de Chávez, de carácter populista, tiene encendida la región.
Ahora, con la coyuntura de la crisis en la frontera, Brasil despliega nuevamente su iniciativa como líder regional. De los 2.219 kilómetros de frontera entre Colombia y Venezuela, por lo menos la mitad es selva. El resto es un territorio dinámico en intercambio comercial, demográfico, cultural, y, por supuesto, de conflictos.
El narcotráfico controla buena parte de las vías de comunicación y hay grupos armados a ambos lados de la frontera, encontrando apoyo logístico en Venezuela. La espiral de la violencia, donde confluyen narco-guerrilla, paramilitares, delincuencia común, contrabandistas, es difícil de controlar, como lo han demostrado los últimos episodios en esa frontera. Se requiere tecnología de punta, aviación, intercambio de información y una inteligencia sofisticada. Tanto Colombia como Venezuela tienen recursos para hacerlo, pero no la confianza para trabajar juntos. Por eso muchos analistas ven con buenos ojos que un tercero sirva como vértice de una estrategia para reconstruir la confianza. Brasil es el más indicado para hacerlo, pues su liderazgo, preponderancia, cercanía, interés y capacidad se lo permiten.
Colombia, que no le ha respondido a Brasil, le propuso una función similar a España, al pedirle unilateralmente el apoyo para saber a ciencia cierta que está pasando en la frontera, y en particular para procurar que no haya más víctimas colombianas en episodios tan graves como las masacres y las capturas de supuestos agentes infiltrados, como las que han ocurrido recientemente. Si bien España ha sido visto siempre como un país neutral respecto a las controversias de Colombia con sus vecinos, sus buenos oficios no se habían materializado porque siempre se había confiando en los mecanismos bilaterales o en los escenarios propios del sistema americano. O en todo caso, más cercanos a la región. Por eso el hombre clave es Lula.
Primero, porque a diferencia de años pasados, Brasil no es sólo un gran país, sino una potencia emergente. Lula hoy juega en las grandes ligas de los líderes mundiales y su peso no se siente sólo en el vecindario, sino en un escenario global donde los poderes emergentes pisan cada vez más duro.
Brasil quiere hacerse sentir en ese nuevo escenario mundial. Lula lo dijo claramente frente al Comité Olímpico cuando le ganó a Obama y al rey Juan Carlos el pulso por la sede de los Juegos Olímpicos: "No les ofrezco sólo un país de 200 millones de habitantes, sino un continente, con 400". Hoy los ojos de Lula no están sólo en su país. Más aún cuando está cerca de terminar su mandato y quiere entregar una presidencia con un perfil continental consolidado. En esa agenda no cabe un incendio en el vecindario.
Su visión sobre el continente es tan clara, que en la cumbre de Manaos, Brasil busca unificar a todos los países amazónicos para llevar una posición conjunta que tenga incidencia real en la cumbre sobre cambio climático que se realizará en Copenhague, trascendental para la geopolítica de los próximos años. Y seguramente tampoco desistirá de que Unasur se convierta en un escenario político y de seguridad concertada para Suramérica, en un momento en el que la OEA parece haber perdido completamente la iniciativa en las crisis de la región.
Lula es quien mejor puede jugar como mediador en este momento. Y se necesitan sus buenos oficios antes de que la suma de pequeños incidentes se convierta en una tormenta perfecta e irreversible. Algo que no les sirve ni a los venezolanos ni a los colombianos. Ni al resto del continente.