Como potencia regional emergente ha actuado activamente en la esfera de la diplomacia internacional para poner a Brasil en el centro de estructuras de poder internacional. Incluso, David Rothkopf, analista de la revista Foreign Policy de Estados Unidos, nombró a Celso Amorim como el mejor ministro de asuntos exteriores del mundo por la diplomacia que desarrolla Itamaraty.
Sin embargo, en los últimos tiempos ha cometido algunos desaciertos, en su tradicional y sólida política exterior, que demorarán las aspiraciones de esa potencia regional para convertirse en un actor de primer orden en la geopolítica mundial.
El presidente Lula, su asesor principal en política exterior, Marco Aurélio García, el ex vice ministro de Exteriores, Samuel Pinheiro Guimaraes, -considerado uno de los intelectuales cuyas ideas influyen en la política externa del actual gobierno-, hicieron una lectura equivocada de la crisis hondureña cuando decidieron involucrarse de lleno y apoyar, hasta las últimas consecuencias, la restitución del presidente Manuel Zelaya.
La ofensiva política exterior brasileña no fue suficiente y no logró acuerdos ni unanimidades en la OEA y ni en la Cumbre Iberoamericana, y fracasó en su intención de restituir al mandatario centroamericano depuesto por un por un heterodoxo golpe de Estado. Y por el contrario, tras elecciones presidenciales que tuvieron una alta participación, muchos de los países de la región comenzaron a aceptar los resultados de las urnas, como parte de un proceso para que Honduras vuelva a la democracia plena.
El error fue tan evidente que en Itamaraty, varias voces cuestionan el cambio de la política exterior brasileña al romper con el principio de no intervención, y califican las decisiones como erradas y costosas para los intereses de la diplomacia de la potencia subregional.
El ex canciller mexicano Jorge Castañeda, en una extensa entrevista en O Estado de Sao Paulo, decía que Brasil se estaría comportando como un “enano” más que como un gigante diplomático al asumir batallas menores por un país poco decisivo. Ello tampoco se correspondería, sostuvo, con las aspiraciones de Brasil a ser miembro permanente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
La política tradicional de Itamaraty, establecida por el Barón de Río Branco en la primera década del siglo pasado, y continuada durante años posteriores, con gobiernos de distinta orientación ideológica, establecía que, en Centroamérica y el Caribe, Brasil reconocía la primacía de Estados Unidos en la resolución de las crisis y conflictos de la región, mientras que el sur del continente quedaba baja la influencia de la poderosa cancillería brasileña.
“Brasilia está en el hemisferio Sur. Washington está en el hemisferio Norte. Es natural que las cosas, a veces, sean vistas de forma diferente”, sostiene el canciller Celso Amorim, que sin embargo justificó la implicación de su país en Honduras. El viejo pacto no escrito entre Brasilia y Washington se rompió con la crisis hondureña.
En círculos diplomáticos ven esta situación como consecuencia de una jugada política de Venezuela, que colocó a Brasil ante un hecho consumado y con poca posibilidad de maniobra, pero también en forma paralela cuestionan la creciente influencia del izquierdista PT, que de la mano de Marco Aurélio García y Samuel Pinheiro Guimares -amigo del presidente, Hugo Chávez, y tachado como representante del antiimperialismo en Itamaraty- dirigen la política exterior brasileña hacia América Latina. Algunos diplomáticos temen que la tradicional política de Estado de Itamaraty, se convierta en una política que responda únicamente al izquierdista PT.
No son pocos dentro de la cancillería brasileña que ya empezaron a hablar de flexibilizar la posición ante los hechos consumados en Honduras, tras el pronunciamiento de las urnas. Incluso hablan de preparase a darle el asilo político a Zelaya, que ya anunció que formará un grupo político para aglutinar a sus seguidores. Incluso, Itamaraty le solicitó a México que recibiera Zelaya como forma de buscar una salida del atolladero en el que se metió, algo que en principio desechó el propio presidente depuesto.
Claro está, que si Itamaraty hubiera logrado con su intervención resolver la crisis de Honduras estaría festejando su éxito, y Brasilia habría comenzado a asumir el tipo de liderazgo regional de una potencia. Pero eso no sucedió y las consecuencias de decisiones precipitadas que no tuvieron el final que Brasil quería, ya dejaron algunas consecuencias para su política exterior.
El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, fue claro y directo en una carta enviada a su colega brasileño, más allá de los elogios mutuos que tiempo atrás de habían prodigado. La Casa Blanca decidió aceptar el resultado de las elecciones hondureñas como forma de avanzar en la normalización democrática, mientras que Brasil no las reconoce y sigue sosteniendo a Zelaya que está refugiado en su embajada en Tegucigalpa.
La controvertida visita del presidente iraní Mahmoud Ahmadineyad a Brasil fue también otro de los hechos que le valieron varias críticas al presidente Lula, no solo al interior de su país sino también en el exterior, ya que el gobierno brasileño le dio el oxígeno que buscaba el régimen de los ayatolás cada vez más cuestionado y sancionado por su carrera nuclear. Teherán, logro avanzar un casillero en América Latina luego de afianzar su alianza estratégica con los países del ALBA. La penetración diplomática iraní se consolida del abrazo de la nación más influyente de la región.
La carta de Obama llegó al presidente Lula el domingo 22 de noviembre, precisamente un día antes que Lula recibiera para una reunión al líder de Irán, Mahmud Ahmadinejad. Mientras que Washington cuestiona al régimen iraní, Lula le dio el apoyo y el espaldarazo que la teocracia necesita, ante las sanciones mundiales y ante una sociedad iraní cada vez más critica por la represión a la oposición.
El asesor de Lula para asuntos internacionales, Marco Aurélio García, dijo que la posición de Estados Unidos ante las elecciones en Honduras era “equivocada”, y sostuvo que Brasil “ve con preocupación algunos síntomas y algunas posturas de Estados Unidos que, sobre la situación en Honduras, es de nítido desacuerdo con los países suramericanos”, dijo. Brasil ya había criticado a Washington por el uso de las bases colombianas ante el temor que su liderazgo en América del Sur se viera cuestionado.
Pero además el asesor de Lula, reconoció explícitamente el derecho de Teherán a desarrollar un programa nuclear. Mientras que por abrumadora mayoría, la Organización Internacional de Energía Atómica (OIEA) condenaba la política de Irán en este campo, lo que abrió el camino para que el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas apruebe nuevas sanciones en su contra, Brasil se abstuvo de votar la sanción. Samuel Pinheiro Guimares, justificó a los países subdesarrollados que procuran fortalecer su poderío militar y atómico.
A cambio de la generosidad recibida de Brasil -Lula y Chávez fueron uno de los primeros gobernantes en felicitar la cuestionada reelección de Ahmadinejad el 12 de junio pasado-, el presidente iraní respaldó las pretensiones brasileñas de ocupar un asiento en el Consejo de Seguridad de la ONU.
La crisis en Honduras y la reciente visita del presidente iraní, sumado a las otras diferencias políticas que mantiene con Washington, perjudicará las ambiciones brasileñas de tornarse un actor relevante en la escena internacional, al menos en el mediano plazo. Brasil seguirá buscando ocupar espacios de poder e influencia, pero el fracaso de su política exterior en Honduras y el entusiasta apoyo de Lula a Ahmadinejad, no pasaron desapercibidos en la comunidad internacional.