*Dra. Centa Reck
La represión en Bolivia crece, se reproduce y ojalá se acabe pronto. Todos los días el despertador político nos advierte que tenemos ante nosotros una intensa jornada en la que seguramente tendremos que darnos el modo de hacer frente o esquivar las dentelladas represivas con las que el actual gobierno busca destruir a opositores, instituciones democráticas, al sistema de justicia y con las que además ataca la fe cristiana.
Para entender el porqué la represión llama a nuestra puerta cada mañana, resulta de gran utilidad leer un documento que fue elaborado por Alvaro García Linera y que lleva el nombre de: “Emancipación y contra hegemonía en Bolivia: Estrategias para destruir la dominación K´hara (blanca-mestiza)”.
Este documento nos deja entrever todos los pasos políticos que el gobierno actual ha diagramado para generar una lucha por el poder tanto a nivel material como a nivel subjetivo, disputa que según el escrito se libra tanto en el ámbito político como simbólico con el objetivo de destruir la visión y representación que conocemos como “boliviana- occidental”.
Entre otras cosas, el documento admite que el actual gobierno no pretende democratizar el poder social sino invertir los términos entre "dominadores y dominados", razón por la que siguiendo este esquema de lucha descarta el orden republicano, sus instituciones, el sistema político, el sistema de partidos, así como a los representantes y operadores.
La Asamblea Constituyente fue creada a fin de generar las condiciones para esta inversión simbólica y legal, dando también un espacio a la acción directa y violenta de los movimientos sociales y un predominio indígena y de lo colectivo sobre lo individual. Se señala así mismo que se debe quebrar el poder judicial, poder legislativo, Corte Nacional Electoral, Superintendencias, etc, así como se deben destruir las figuras simbólicas del antiguo régimen que son los líderes de partidos, empresarios, propietarios de medios de comunicación. El documento apunta a que “todo símbolo de poder del antiguo régimen debe ser destruido, aniquilado, arrasado, y sus representantes humillados, perseguidos, vilipendiados para mostrar la fuerza del nuevo poder”.
El documento considera a Bolivia como un Estado fallido que no ha logrado construir un Estado Nacional, definiendo a nuestro país como un estado sin nación. Habla también de una guerra cultural que se impondrá a través de una reforma educativa que tendrá una acción de violencia simbólica para cambiar la nomenclatura boliviana- occidental dominante, desvalorizando el sistema profesional meritocrático de tal manera que sea más meritorio ser un dirigente sindical que tener un título profesional, esto generaría una subalternización e infravaloración del lugar de las clases medias en el nuevo orden que apunta a imponer criterios de discriminación racial y social. En definitiva se habla de quitar el alma a la sociedad mestiza y blanca, así como del desmontaje de la democracia, la “criminalizacion de la oposición”, la “judicializacion de la política” y la destrucción de medios de comunicación e información que no se ajusten al nuevo orden colectivo.
El documento señala que la guerra deberá generar también la destrucción del capital económico existente, destruyendo al empresariado y las clases medias, sus recursos materiales (cerrar mercados y reducir salarios respectivamente), en una palabra empobrecerlos, como una estrategia para anular su capacidad de influencia en relación al poder y al Estado. Para llegar a esta fase el Estado planifica anular el peso del empresariado individual, la propiedad privada (tierras, bienes inmuebles) y toda actividad que genere riquezas.
El sector elegido como protagonista de esta hegemonía es el cocalero (planta con la que se fabrica cocaína) razón por la que debe tomar el poder político y económico, lo que define la política gubernamental de despenalizar la hoja de coca para abrir mercados legales de la coca y sus derivados, sentando así las bases de una nueva burguesía que sustituiría a la del Oriente.
“Quitarle al k’hara su capital económico, social, cultural y político se convierte en una estrategia de poder mucho más incisiva y sutil. Empobrecer al k‘hara, romper sus relaciones sociales y mecanismos de ascenso y reproducción social, menospreciar la formación académica, sus meritos y reconocimientos, así como destruir sus referentes simbólicos de pertenencia nacionales (himno, bandera, etc.), todo ello busca quitarle su sentido de vida”, plantea este proyecto.
No es poco lo que se espera derrumbar en medio de las arremetidas a instituciones y personas. Esta es la razón por la que en la Bolivia que hoy vivimos la represión nos saluda por la mañana y nos despide por la noche, a sabiendas que tenemos que estar prestos a recibir sus embates aún después de media noche. A punta de represión y persecuciones el gobierno se abre paso y se muestra decidido y campante a acostumbrar a los bolivianos a aceptar el garrote en vez de las leyes y a aceptar el yugo donde antes estuvo el goce pleno de libertades.
Nada más y nada menos que esto es lo que los bolivianos estamos por definir en las elecciones del próximo 6 de diciembre.