El Ejército tailandés se prepara para aplastar la revuelta de los «camisas rojas» Pablo M. Diez
El Gobierno rechaza la oferta de mediación de la ONU propuesta por los manifestantes, aislados y sin víveres en su campamento de Bangkok
Tras el sangriento fin de semana en Bangkok, que ha dejado 30 civiles muertos y 220 heridos, el Ejército se prepara para asestar el golpe definitivo a la revuelta de los “camisas rojas”.
Rechazando la oferta de negociación a través de la ONU propuesta por los manifestantes, que piden la dimisión del primer ministro Abhisit Vejjajiva y la convocatoria de elecciones, el Gobierno se ha propuesto continuar durante estos días con el aplastamiento de las protestas a sangre y fuego. “No hay necesidad de hacer una pausa en las operaciones militares porque no se están utilizando armas contra los civiles”, se justificó el portavoz del Ejecutivo, Panitan Wattanayagorn, ignorando los 59 fallecidos y más de 1.600 heridos contabilizados desde que los “camisas rojas” tomaran el centro de Bangkok hace dos meses. Además, descartó la mediación de Naciones Unidas porque “ningún Estado soberano permite a las organizaciones internacionales intervenir en sus asuntos internos”.
Se esfuma así la posibilidad de una salida pacífica al conflicto, que uno de los cabecillas de los “camisas rojas”, Nattawut Saikua, había reclamado al asegurar que “las demandas políticas pueden esperar porque estamos deseando negociar inmediatamente para detener las muertes”.
Manifestantes aislados conscientes de la posición de fuerza que le ha dado la represión de los últimos cuatro días, que no ha sido condenada por ningún país, el Gobierno tailandés ha aislado a unos 5.000 manifestantes en una zona de tres kilómetros cuadrados del distrito financiero y comercial de Bangkok, donde han levantado un campamento que empieza a quedarse sin comida ni agua y en el que nadie está autorizado a entrar. Rodeados por los soldados, los opositores ya no pueden recibir ayuda del exterior. A medida que pasen los días, no les quedará más opción que marcharse y abandonar sus movilizaciones.
Mientras tanto, el Gobierno ha declarado dos jornadas festivas para ordenar el cierre de escuelas y facilitar el desalojo de los “camisas rojas”, que podría derivar en nuevos episodios de violencia pese a que entre ellos hay mujeres y niños, que se han refugiado en un cercano templo budista. Con el fin de evitar que los disturbios se propaguen por todo el país, el Ejecutivo ha extendido a cinco provincias el estado de emergencia que ya estaba vigente en otras 17, y que prohíbe las reuniones de más de cinco personas.
Aunque, finalmente, el Ejército optó por dar marcha atrás al toque de queda que quería imponer en Bangkok, no descarta restringir los movimientos nocturnos para impedir manifestaciones en otras zonas de la ciudad. De hecho, el fin de semana se registraron enfrentamientos en barrios obreros, donde fueron quemadas varias tiendas y hasta una comisaría de Policía.
En estado de guerra del hasta ahora un paraíso turístico.
Las imágenes que proceden de Bangkok muestran una ciudad en estado de guerra con barricadas formadas por pilas de neumáticos ardiendo, cuyas columnas de humo se elevan entre su “skyline” de rascacielos.
Los “camisas rojas”, en su mayoría campesinos de las pobres zonas rurales del noreste de Tailandia, reclaman el regreso del ex primer ministro Thaksin Shinawatra, depuesto por un golpe de Estado militar en septiembre de 2006 y en el exilio tras ser condenado por corrupción. A ello se oponen las élites urbanas apoyadas por el Ejército y leales al venerado rey Bhumibol, cuya enfermedad le ha impedido llamar al orden para poner freno al caos en que se ha sumido Tailandia. Así lo hizo cuando detuvo las violentas protestas de 1992, pero su silencio actual amenaza con dañar su imagen y cuestionar la utilidad de la monarquía, ya que los manifestantes han pedido sin éxito su mediación.
Desde 1932, cuando se constituyó la monarquía constitucional, Tailandia ha sufrido 18 golpes de Estado, pero la crisis actual es la más grave de las últimas décadas porque podría fracturar definitivamente a la sociedad y poner al país al borde de la guerra civil.