A Hugo Chávez le gusta decir que Venezuela es una democracia y que una mayoría del electorado lo apoya a él y a su “Socialismo del Siglo XXI”. O al menos solía decirlo. La semana pasada, el presidente venezolano abandonó sus intentos de mantener una imagen democrática.
En relación a las protestas civiles en todo el país —lideradas por estudiantes universitarios— Chávez advirtió al país el jueves que si se “intensifican” está listo para tomar “medidas radicales”. Dado que el gobierno de Chávez ya expropia propiedades a su voluntad, encarcela a oponentes políticos, controla los precios y el cambio de divisas extranjeras, ocupa empresas de medios de comunicación y dispara balas de goma y gas lacrimógeno contra manifestantes, su amenaza de radicalizarse provoca escalofríos. Los venezolanos tienen razones para temer la ley marcial.
La economía venezolana está en caída libre y Chávez en una tónica de control de daños. Una de las cosas que no se puede permitir es dejar que los venezolanos se quejen en voz alta sin pagar las consecuencias. Los dictadores con éxito, como Fidel Castro, convierten el disentimiento en una propuesta peligrosa, y si Chávez quiere sobrevivir sabe que debe hacer lo mismo. Su plan comienza con zanahorias y termina con garrote. Para usar zanahorias, Chávez necesita dinero, y por eso anunció el 8 de enero una megadevaluación del bolívar, fijando una tasa oficial de 4,3 bolívares por dólar, frente a la previa de 2,15. Los importadores de bienes de primera necesidad (algunos alimentos y medicinas) todavía podrán comprar dólares a 2,60, pero para otros productos importados, un dólar costará ahora el doble de la tasa anterior. El efecto neto es que los precios de las “importaciones” no esenciales se duplicaron de la noche a la mañana. A priori parece un mal negocio, pero no para el aspirante a dictador. Chávez tiene dólares porque el monopolio estatal petrolero PdVSA es exportador. Ahora, cuando venda esos dólares, obtendrá el doble de bolívares que antes. Imagínese lo que se puede hacer con este torrente de dinero antes de las elecciones legislativas del 26 de septiembre. Y según Chávez, tampoco hay necesidad de preocuparse por la inflación. Las empresas que sorprenda subiendo los precios serán expropiadas y entregadas a los trabajadores. Los estudiantes del chavismo admitirán que esto no es nada nuevo. La revolución se cimienta con transferencias a las clases bajas que luchan por sobrevivir, creando así la ilusión entre los pobres de que el mesías bolivariano los va a sacar de la pobreza. Pero esta máquina en perpetuo movimiento está perdiendo fuerza. “Es posible”, me dijo un analista venezolano “ver las cifras y concluir que la clase ´E´ (el mayor segmento y el más pobre de la sociedad) ha incrementado sus ingresos en bolívares. Pero su calidad de vida se ha deteriorado considerablemente”. La prueba número uno es la tasa de delitos violentos, la mayor del hemisferio. Los pobres están sufriendo esta epidemia mucho más que los ricos ya que no pueden permitirse comprar seguridad personal. El transporte público también le está fallando a la clase trabajadora. Venezuela no debería preocuparse sobre el suministro de energía gracias al crudo, gas natural y sus recursos hidrológicos y termales. Sin embargo, once años después de la “revolución” de Chávez, ahora hay racionamientos. Sólo Caracas se ha librado de los apagones del mes pasado, si bien quizás no por mucho tiempo. Los expertos afirman que la principal causa del problema es la pobre planificación para los bajos niveles de agua y el pobre mantenimiento de la presa de Guri, que genera la mayor parte de la electricidad del país. En el frente sanitario, el presidente mismo declaró el año pasado que los hospitales se encuentran en estado de emergencia y que se han abandonado muchas de las pequeñas clínicas que el gobierno construyó y llenó de doctores cubanos.
La base de apoyo a Chávez está desilusionada, y ahora el presidente está tratando de compensarlos con más bolívares devaluados. Pero con la tasa en el mercado negro constantemente por encima de seis bolívares por dólar, está claro que el gobierno no puede suplir al mercado a una tasa de 4,3. En otras palabras, la divisa está incluso más baja de lo que refleja la nueva tasa oficial. Esto significa que no se está cerca de frenar la tasa oficial de inflación del 25%. Sólo dos cosas pueden salvar a Hugo. Una sería una nueva entrada masiva de dinero procedente de los ingresos del petróleo. Esta es la razón por la que la semana pasada llevó a cabo subastas de concesiones con petroleras extranjeras, incluso a pesar de haber criticado a estas compañías en el pasado. En caso de que esto no ocurra, Chávez está dando los últimos retoques a su estado policial. La semana pasada cerró la cadena de cable independiente Radio Caracas Televisión y otros cinco canales. Esta decisión provocó las marchas estudiantiles, respondidas por los soldados de la Guardia Nacional con escudos, balas y gas lacrimógeno. Ahora, Chávez afirma que las manifestaciones son parte de un intento para derrocarlo y que está listo para radicalizarse.
Con Castro como su modelo, no es difícil imaginar hacia dónde se dirige, con o sin petróleo. También está cada vez más claro que las elecciones de septiembre, dirigidas por un consejo electoral controlado por Chávez, no ofrecerán a los venezolanos una posibilidad de votar por el cambio.
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