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martes, 10 de noviembre de 2009

Después del Muro: "Democracias no se hacen la Guerra"

Cristian Leyton Salas 
Una vez caído el Muro de Berlín, y luego el Muro de la Guerra Fría que separaba a las URSS y los EE.UU, ese día 1 de diciembre de 1991, se pensaba que un período de paz global y permanente se iniciaba. La expansión del liberalismo y de la democracia representativa, según la visión de algunos autores norteamericanos y europeos, entre ellos Michael Doyle presagiaba que “entre Estados liberales y democráticos” la guerra no tenía lugar. ¿Se equivocaron?

Luego de la caída del Muro, el temor a una guerra termonuclear entre grandes potencias quedó relegado a lo impensable. El conflicto a partir de ese momento comenzó a conocer una clara mutación: desde lo interestatal a lo subnacional. Las “democracias” no se hacían la Guerra, por lo que comenzaron a buscar “otras” amenazas, las “nuevas” o “emergentes”. Aquellas amenazas que siempre estuvieron allí, pero que eran vista como instrumentales, no las principales.
Los riesgos de una guerra convencional entre bloques desaparecieron. Hoy solo queda la OTAN, reciclada en tareas de conflicto de baja intensidad, lejos, muy lejos de su teatro de guerra original. En Sudamérica, también se conoció una fase de transformación. Caído el Muro en Europa, aquí el muro ideológico que alimentó regímenes militares, guerrillas y sufrimiento en la población civil también desapareció. La proliferación de Estados democratizados sugirió que la división geopolítica también se desvanecería. Las rivalidades entre Brasil y Argentina tendieron a desaparecer como resultado del repliegue de Buenos Aires hacia sus fronteras interiores: sus problemas internos, políticos y económicos generaron un vacío de poder regional, llenado por Venezuela, los Estados Unidos y por Brasil.
Diez años después de caído el Muro ideológico en América del Sur, apareció otro. Una nueva rivalidad surge, la del movimiento chavista versus los liberales (de derecha o progresistas). Un nuevo muro se está erigiendo. Este viene acompañado de una lógica de Guerra fría. Ya lo habíamos señalado, entre Colombia y Venezuela, un conflicto ideológico está tomando forma en el norte de Sudamérica, se está cristalizando. Peor aún. Se reproduce el complejo escenario indo-pakistaní: no poseen un espacio de medición de fuerzas. Ambos Estados son llamados a afrontarse en una zona tan peligrosa como es la frontera misma.
Las “democracias no se hacen la guerra”. Se nos ha dicho que las democracias poseen un sistema representativo que permite a la población, en principio, regular el Poder. Las democracias poseen sistemas de Check and balances que les facultarían para que cada poder “limite y verifique la capacidad de acción del otro”. Las democracias poseen capacidades de control de las tomas de decisiones de sus líderes.
Las democracias, sin embargo, también sienten aprensiones hacia su entorno. Temen las capacidades del otro, compiten con el otro y buscan aunar fuerzas organizándose en función de amenazas únicas.
Hoy vemos que Brasil no cree en esa premisa. Teme una conflagración en la región, en particular en su frontera norte. Celso Amorim y Nelson Jobim reeditan la idea peruana, que murió en el intento: Generar un “Pacto de No Agresión” regional. Brasil, con una visión realista tiene claro que asociar dicho proyecto a la limitación de sistemas de armas o un virtual “desarme”, tal y como lo avanzaba Torre Tagle, no solo está destinado al fracaso sino que también va en contra de sus intereses más básicos.

Brasil está consciente que la frontera entre Colombia y Venezuela puede conocer un efecto de dominó, deslizarse hacia lo impensable, después de todo, las "democracias no se hacen la guerra," pero ¿es Venezuela una democracia?.

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