¿Qué hace una nación soberana cuando su presidente de la república le entrega la soberanía a una nación extranjera y acepta que venga a dirigir sus asuntos más candentes el asesino número 1 y segunda figura del régimen extranjero que lo arrodilla? ¿Qué hace una nación soberana cuando quien funge de presidente de esa república acepta rebajar su territorio a mera satrapía y le entrega el poder soberano al asesino mayor de quien lo subyuga? ¿Qué hace una nación soberana con quien vende por un plato de lentejas – su propia entronización – la república que tiene la obligación de presidir a un asesino maquiavélico, cínico, despótico, cruel y represor?
Ramiro Valdés, Ministro de Energía e Informática de Cuba, a su llegada a Caracas, recibido en persona por Hugo Chávez
Esas más que candentes preguntas se hacen los venezolanos de bien, incluidos en primer lugar sus uniformados aún leales a la patria, ante la escandalosa aparición en Caracas, en gloria y majestad, del sujeto más perverso, más frío, calculador y cínico de la Cuba castrista. El responsable por miles de fusilamientos. Aquel a quien no le tembló el pulso a la hora de hundir la bienamada Cuba en el estiércol y la sangre de la más terrorífica represión jamás imaginada. Preguntas todas ellas que terminan en un gran interrogante, cuya respuesta se nos adeuda y por la que debemos exigir a cualquier precio: ¿qué vino hacer a Caracas el cubano más siniestro y maligno de todos los tiempos? Hay serias, muy serias y fundadas razones para asegurar que, contrariamente a la absurda explicación del teniente coronel, el asesino de La Cabaña vino a montar algo muchísimo más siniestro e inaceptable que alguna oscura central de energía eléctrica. Las sospechas son más que fundadas: ¿qué tiene Cuba, en las tinieblas desde hace cincuenta años, que exportar en relación al suministro de energía que no sea la cruenta experticia de su racionamiento? ¿Qué tiene que resolver en asuntos de energía quien no tiene otro conocimiento que el modo y manera de reprimir un pueblo, asesinar a sus opositores y encarcelar a sus homosexuales?
Dada la galopante crisis política que nos aqueja y nos tiene ya al borde del abismo, ¿qué otra tarea vendría a cumplir el implacable represor cubano que no sea la de reforzar los organismos represivos, controlar el funcionamiento de los aparatos policiales, hundir sus manos en los asuntos internos de nuestras fuerzas armadas, meter en vereda a la disidencia interna del chavismo y sepultar las aspiraciones democráticas de la inmensa mayoría de los venezolanos? ¿Comenzando por “pacificar” el movimiento estudiantil y aplastar la rebelión que cunde en nuestras ciudades y tiene en jaque el frágil régimen de gobierno que nos agobia?
Aceptar la presencia de este asesino en Caracas sería el comienzo del fin de nuestra libertad, de nuestra autonomía política, de nuestros anhelos por recuperar cuanto antes nuestra violada y zaherida democracia. De allí la necesidad de hacer cuestión de honor de su expulsión de nuestro territorio. De allí la necesidad de levantarnos como un solo hombre y gritarle ¡basta! en el rostro a quien traiciona sus deberes y ultraja nuestra honra como nación independiente y democrática.
Es la consigna del momento: ¡FUERA RAMIRO VALDÉS DE VENEZUELA!
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