*por Daniela Espinoza M
Más del 62 por ciento de los bolivianos votó por Evo Morales el pasado 6 de diciembre. Fue la votación más alta de la historia democrática reciente y una de las más importantes también en más de un siglo de accidentada vida institucional del país
Para algunos, lo ocurrido en las elecciones significó, ni más ni menos, que la consagración del primer caudillo del siglo XXI y para otros, el advenimiento de un período de hegemonía política de un partido, el Movimiento al Socialismo (MAS), que ha conseguido convertirse en punta de lanza de la mayoría de los movimientos sociales del país.
Los historiadores aseguran que Bolivia siempre ha necesitado de caudillos, ya sea porque sus instituciones no son del todo sólidas o porque no se alcanzó una plena madurez democrática.
Fernando Cajías asegura que la historia boliviana ha sido pródiga en caudillos, desde Bolívar, protagonista de la gesta independentista, hasta Evo Morales, factor de identificación social y étnica de innegable fuerza.
Fernando Cajías asegura que la historia boliviana ha sido pródiga en caudillos, desde Bolívar, protagonista de la gesta independentista, hasta Evo Morales, factor de identificación social y étnica de innegable fuerza.
“En Bolivia, y en general en los países con una democracia todavía en formación los caudillos son fundamentales. La mayoría de los partidos de nuestra historia se han manejado con un líder y muchos, incluso, han desaparecido junto con la muerte o ‘caída’ de sus personajes”, señala.
En ese sentido, asegura, un desafío para el MAS, en el marco del proceso histórico nacional será institucionalizarse, crear un proyecto más sólido como partido y evitar basar toda su fuerza en la convocatoria de su jefe.
Tenemos como país, añade, una especie de tradición que entraña la necesidad de que los procesos sean siempre dirigidos por una persona, en lugar de un partido institucionalizado como ocurre ya en muchos otros países. Aparentemente, lo que ocurre es que “no tenemos una democracia lo suficientemente institucionalizada, por lo que siempre los partidos políticos han necesitado de la presencia de un caudillo”.
La característica emocional que tenemos como país, explica, hace que siempre queramos confiar en una especie de ‘mesías que nos salve’ y eso perjudica nuestra institucionalización.
Esta concentración de poder, que como resultado surge de este fenómeno, trae consigo, además, otros riesgos “ante cualquier problema la gente quiere ver al Presidente o al Ministro, impidiendo con ello que funcione el aparato que, sin duda, facilitaría las cosas”.
A lo largo de la historia de las nacionales, la sociedad ha elegido o respaldado caudillos de acuerdo a las circunstancias que le toca vivir. Aunque en sentido estricto el líder movimientista, Víctor Paz Estenssoro no era propiamente un caudillo, la gente lo vio como el conductor distante de un proceso cuyos resultados iban a resultar cercanos. La nacionalización de las minas, la reforma agraria, el voto universal y otras medidas de carácter social en su momento significaron, ni más ni menos, que la ruptura con un orden que separaba a los bolivianos entre ciudadanos de primera y ciudadanos de segunda.
Evo Morales, en cambio, dice Fernando Cajías, es no sólo el líder carismático que emociona a las masas, sino el caudillo que resume en su origen étnico y en su propia trayectoria personal y sindical, la historia de “alguien como yo” que ahora ocupa el cargo más importante.
Sin embargo, añade, la fuerza de Morales tiene como uno de sus principales pilares su alianza con las organizaciones sociales, que le dan casi todo el poder de acción. “Se trata de una estructura de muchos años que le permite tener una red de control muy grande. Creo que esta es la base de su éxito, mucho más que su partido. Esto le permite tener actos masivos, hacer convocatorias para tomar cualquier decisión. Es como tener un ejército con muchos capitanes distribuidos por todo el país. A mi modo de ver, son ellos los que le dan la estructura. No se trata de un populismo sin estructura”.
Las organizaciones sociales son, para el historiador, una vieja y nueva institucionalidad en el país. Vieja porque siempre han existido y nueva por el poder que en los últimos están asumiendo. En ese sentido no desconoce la crisis de institucionalidad que están viviendo organismos como el Parlamento, el Poder Judicial y otras. “Habrá que ver, si con la conformación de la Asamblea Legislativa Plurinacional, el Congreso recupera su fuerza como institución, sobre todo porque muchos representantes de estas organizaciones sociales de las que hablamos, han desplazado a sus representantes hacia puestos de poder dentro del Congreso”, añade.
Las características del caudillo
El historiador paceño describe a los caudillos como aquellos personajes que reúnen varias características: carisma, arrastre, sintonía emocional con la sociedad y un discurso simple que recoge de manera nítida los intereses de la gente.
Cajías dice que a todas esas cualidades que encajan perfectamente en la imagen de Evo Morales, debe añadirse el respaldo de los movimientos sociales, mediante un mecanismo articulador como el MAS, que ha conseguido en pocos años estructurar un bloque capaz de moverse de manera compacta y firme en la dirección que define el líder.
“Evo Morales es un caudillo democrático en lo interior, pero intolerante en lo exterior, quiero decir que la interrelación e interacción que ha logrado con sus bases es muy importante, pero también tiene una actitud bastante intolerante con los que están fuera de esa estructura”, apunta.
En otros momentos de la historia, los caudillos jugaron diferentes roles. El caso de Belzu, no deja de ser relevante, por cuanto se convirtió en una suerte de referente de salvación para los indígenas.
Barrientos también lo fue, aunque en menor medida y con un paso mucho más fugaz por la historia, pero consiguió sentar las bases de una alianza, el pacto militar-campesino, que tuvo un prolongada y polémica vigencia en el país.
Luego, sigue Cajías, llegaron los caudillos populistas. Carlos Palenque es, sin duda, el referente más importante de todos. Fue el alma y la imagen de una radio y un canal popular de televisión durante casi una década, y también fue el gestor de un proyecto político, Conciencia de Patria (Condepa), que tuvo una enorme fuerza sobre todo en las ciudades de La Paz y El Alto.
La gente veía a Palenque como un benefactor, como un salvador, como una suerte de padre que protegía a sus compadres y comadres. La veneración que la gente sentía por él se pudo observar en las escenas dramáticas que rodearon el velatorio de sus restos y el traslado de su cuerpo al cementerio general. Es difícil de olvidar la imagen de la gente pidiendo a gritos que no lo entierren “porque estaba vivo”.
De manera prácticamente simultánea apareció otro caudillo: el empresario cervecero Max Fernández, hombre de origen humilde, trabajador y con una intuición extraordinaria para los negocios, que de conducir un camión de reparto de cerveza terminó siendo el propietario de la principal fábrica del país.
“Max Fernández también fue un caudillo. La gente lo quería porque era generoso, compartía sus ingresos, realizaba obras de impacto social en zonas pobres de las principales ciudades, y también ofrecía cambiar el país”, explica Cajías.
Pero, a diferencia de Evo Morales, Palenque y Fernández pugnaban por un reconocimiento de las élites, mientras que el actual Presidente cuestionó siempre el rol de éstas y finalmente construyó un discurso nacionalista en el manejo de los recursos naturales y reivindicatorio desde el punto de vista étnico.
“La gente se identifica plenamente con Morales y con sus actividades: juega fútbol, baila en el carnaval, es decir es uno más de la sociedad. Hay quienes, sin embargo, se sienten agredidos por su discurso”, añade.
En este sentido, apunta el historiador, el gran desafío para Morales será convertirse en el caudillo de todos, una tarea de por sí difícil, que ni Bolívar pudo lograr.
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