ANNA GRAU | NUEVA YORK. WWW.ABC.ES
Lo ha dicho Arianna Huffington, la creadora de "The Huffington Post", la suprema sacerdotisa de la blogosfera obamista: el presidente Obama no se parece en nada al candidato Obama. Sus promesas de cambiarlo todo de arriba abajo no se sostienen un año después. La Casa Blanca sigue estando en Washington –la señora Huffington llega a sugerir en su artículo que la trasladen a Chicago, a ver si así corre el aire- y en el círculo de poder están “los de siempre”, empezando por Hillary Clinton y acabando por el nada rompedor asesor económico de cabecera de Obama, Larry Summers.
El matrimonio gay sigue sin estar en la agenda presidencial, las reformas sanitarias y financieras son de compromiso y sigue habiendo soldados americanos en Irak. Resumiendo, esto es una gran decepción.
Menos crudo lo ven otros ilustres progresistas, bien es verdad que con intereses personales en la marca. Es el caso de David Plouffe, que fue el jefe de la extraordinaria campaña electoral de Obama y ahora acaba de publicar un esperado libro épicamente titulado “La Audacia de Ganar”. Y en el cual detalla sin aliento y a ritmo de thriller los grandes hitos de la estrategia medio contagiosamente idealista, medio cuidadosamente pragmática, que llevó derecho a la Casa Blanca a un presidente teóricamente imposible.
De la audacia de ganar «a la timidez de gobernar»
Arianna Huffington ironiza que la audacia de ganar de la que habla Plouffe ha dado paso a la “timidez de gobernar”. Sostiene esta portavoz del ala progresista dura que o Obama reacciona y vuelve a las esencias de izquierda que según ella le dieron la victoria, o el descalabro demócrata en las elecciones de medio término de 2010 puede ser notable. Algo parecido a lo que le ocurrió a Bill Clinton, que de ahí en adelante se vio obligado a gobernar con las cámaras ferozmente en contra.
Por el contrario Plouffe pide paciencia y reivindica que Obama ha mantenido hasta la fecha todas sus promesas esenciales, que serían: priorizar a la clase media, incrementar la transparencia gubernamental y hacer todo lo que se puede para que la crisis no se zampe hasta el último puesto de trabajo americano.
¿Quién tiene razón? ¿Y quién le conviene a Obama que la tenga? ¿Votará el electorado en 2010 en la misma clave que votó en el 2008? ¿Y en el 2012?
Cómo interepretar el dato
Que la popularidad y la credibilidad de Obama han bajado en picado –el descenso es del orden del 20 por ciento- desde que tomó posesión es un dato innegable. Otra cosa es cómo se interpreta ese dato. Porque también es verdad que Obama tomó posesión con unos índices de aprobación y entusiasmo tan altos que eran casi irreales. Hace un año las multitudes mundiales parecían considerarle un ser sobrenatural.
Nueve meses gobernando, ¿son el mejor antídoto para la obamanía? Sin duda sí lo han sido en el sector obamista más colorista, más ruidoso y acaso más sobrerrepresentado en los medios de comunicación. El retrato robot del obamista decepcionado sería un profesional laboral de nivel sociocultural alto, pero que defiende ideas muy liberales –en agudo contraste a veces con su tren de vida real- y que esperaba que todas sus utopías de juventud se cumplieran al día siguiente de tomar posesión su presidente favorito.
Dicen que Obama está perdiendo o podría perder estos apoyos. Por lo mismo que dicen que sus míticos 13 millones de voluntarios electrónicos se han enfriado mucho en los últimos tiempos. Que en los grandes y arduos debates sobre la reforma sanitaria no se les ve.
Desmovilizar escépticos
Pero si en estos nueve meses Obama ha perdido adoradores, también ha desmovilizado escépticos. El sector demócrata más de centro, el que más desconfiaba de hacer experimentos con Obama y con gaseosa pudiendo ir a lo seguro, que era Hillary Clinton, se ha llevado una agradable sorpresa con la cautela y el buen sentido del presidente en cuestiones en las que es relativamente novato.
Les guste o no les guste a los aristócratas de la izquierda, Obama está cada vez más en sintonía con el mainstream americano. Al que el matrimonio gay no le urge, el aborto le pone muy nervioso, llegar a fin de mes es lo primero y librarse de la pesada herencia de Bush en Irak y en Guantánamo lo segundo.
Quizá una de las acusaciones más seriamente estructuradas de la progresía contra Obama es hasta qué punto su supuesta ruptura con la doctrina antiterrorista de Bush no se ve por ninguna parte. Obama ha prometido cerrar la controvertida prisión de Gitmo pero de todos los que allí languidecen muy pocos verán la luz de la justicia ordinaria. La guerra de Irak pierde peso pero en favor de otra guerra, la de Afganistán, donde las iras de la opinión pública se eluden con argucias tales como mandar menos soldados pero más aviones espía equipados para bombardeos selectivos. La desclasificación de material referente a torturas y malos tratos a detenidos es arbitraria, es caprichosa y es claramente insuficiente para la American Civil Liberties Union (ACLU). Etc.
Y es que ser presidente de Estados Unidos no es como ser el presidente de tu escalera ni como gobernar la barra del bar. Hay que hacer cosas que a la gente no le gustan. Pero aún le gustan menos los efectos de que no se hagan.
Oleada conservadora muy crítica con Obama
¿Se confirmarán entonces los pronósticos, atizados por las victorias republicanas ayer en varias elecciones locales clave, de que el obamismo era un globo y que ya ha empezado a deshincharse? Sin duda existe una oleada conservadora muy crítica con Obama, que no entiende el desencanto de los superprogresistas: para ellos, Obama ha hecho ya mucha más revolución de la que el país necesita y de la que ellos están dispuestos a soportar. Sobre todo en el momento en que se confirme que vuelven a subir los impuestos para todo aquel que ingrese más de 500.000 dólares al año, o para todas las familias que ingresen más de 1 millón.
La derecha se ha apuntado algunos buenos tantos sembrando el miedo fiscal y sanitario a Obama. Otra cosa es que le falta una buena percha de la que colgar estos éxitos. No hay líder, no digamos candidato.
Mientras que por el otro lado hay un liderazgo que, incluso erosionado y por momentos cuestionado, conserva una estatura formidable. Y cada vez más fundada en el electorado más seguro, que es el de centro. Que es el que previsiblemente no tendrá a donde ir si los ataques conservadores contra el presidente no se apean en algún momento del actual acento extremista. Las emocionadas arengas de los Don Imus y los Ross Limbaugh pueden ser pan para hoy y hambre (electoral) para mañana.
Sobretodo si a Obama siguen amándole los dioses y protegiéndole los calendarios. En 2008 ganó porque logró convencer a los americanos de que tenía la solución frente a la crisis. Si en 2010 logra convencerles de que él ha tenido el mérito de la recuperación económica, el “Yes, We Can” habrá pasado una maroma muy importante. Y seguimos para bingo.
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