*Fernando Molina
Durante cuatro años de resistencia a la “revolución en democracia” liderada por Evo Morales, la oposición boliviana ha sufrido una derrota tras otra, tanto en el campo electoral como en el ideológico y el político. Debilitada, dividida, sin ideas ni líderes, en pocos meses deberá enfrentar otra prueba crucial, de la que nadie espera que salga airosa: las primeras elecciones generales, en 45 años, en las que un Presidente en ejercicio postulará a su reelección.
La incapacidad del anti-evismo para unificarse y, especialmente, la inexistencia de dirigentes con potencial para “enamorar al país”, muestran la desorganización y la perplejidad en que se encuentran las élites que antes manejaban las cosas y hoy son las principales perdedoras del sacudón etno-nacionalista que puso a Evo donde está.
Aunque en estos días los principales dirigentes del gubernamental MAS se vanaglorian de haber logrado este resultado premeditadamente, gracias a su inspirado sentido estratégico, la verdad es que mucho los ayudó la suerte y los errores de sus adversarios, que menospreciaron el alcance de la sublevación popular sobre la que “surfea” la izquierda radical. No procedieron, por tanto, a realizar la profunda reforma intelectual y moral que necesitan, y, en cambio, recurrieron a la maniobra menuda y trataron de convertir en adalides a figuras inviables e incompetentes.
Sin serios adversarios, la aspiración evista --expresada por el vicepresidente Álvaro García Linera en una entrevista con Le Monde Diplomatique-- no es otra que consolidar un “orden unipolar” en el que predomine el pensamiento oficial en la economía, la sociedad y la política, y las élites de antaño acepten ser “dirigidas” por “el Príncipe” o, de lo contrario, se atengan a sus “tácticas bélicas de coerción”.
Se entiende que, en un “orden unipolar” de estas características, el presidente Morales afirme su descontento con la nueva Constitución que él mismo impulsó y promulgó, porque ésta no le da carta blanca para obrar, como quería, sino que establece el requisito de aprobar leyes que obligan al Gobierno a negociar con otros grupos políticos. Este mismo sentido tienen otras palabras de Morales, mucho más serias, empleadas el 7 de agosto ante los comandantes del ejército, a quienes el Presidente pidió castigar, por cuenta propia, el supuesto “separatismo” de los líderes del Oriente boliviano.
Hasta hace poco el regionalismo oriental constituía el principal obstáculo para el Gobierno izquierdista, pero sus propios excesos y “tácticas bélicas de coerción” como la que Morales solicitó --en el mejor estilo setentista-- a los militares, lo han arrinconado al punto de que algunos investigadores de la opinión pública creen que en las elecciones de diciembre desempeñará un papel secundario respecto a la diferenciación clasista. Por tanto, se supone que en Santa Cruz como en el resto del país las clases populares votarán por Evo, mientras que las clases medias lo rechazarán.
Pese a todo, hay que diferenciar entre el (mal) deseo del gobierno y la realidad. El poder nunca es absoluto, rara vez puede ser total e infrecuentemente resulta “unipolar”. Aquí, en todo caso, estamos muy lejos de eso. Como el propio García Linera reconoció en la citada entrevista, las élites “caídas” siguen en posesión del capital y del conocimiento que necesita Bolivia no sólo para desarrollarse, sino incluso para mantenerse en su estado actual. Lo insano y fantástico sería tratar de arrancarlas de cuajo para eliminar así la “multipolaridad”. Si Morales fuera razonable (y escuchara lo que dicen las encuestas) debería tratar de llegar a un acuerdo, así sea mínimo, con ellas.
La incapacidad del anti-evismo para unificarse y, especialmente, la inexistencia de dirigentes con potencial para “enamorar al país”, muestran la desorganización y la perplejidad en que se encuentran las élites que antes manejaban las cosas y hoy son las principales perdedoras del sacudón etno-nacionalista que puso a Evo donde está.
Aunque en estos días los principales dirigentes del gubernamental MAS se vanaglorian de haber logrado este resultado premeditadamente, gracias a su inspirado sentido estratégico, la verdad es que mucho los ayudó la suerte y los errores de sus adversarios, que menospreciaron el alcance de la sublevación popular sobre la que “surfea” la izquierda radical. No procedieron, por tanto, a realizar la profunda reforma intelectual y moral que necesitan, y, en cambio, recurrieron a la maniobra menuda y trataron de convertir en adalides a figuras inviables e incompetentes.
Sin serios adversarios, la aspiración evista --expresada por el vicepresidente Álvaro García Linera en una entrevista con Le Monde Diplomatique-- no es otra que consolidar un “orden unipolar” en el que predomine el pensamiento oficial en la economía, la sociedad y la política, y las élites de antaño acepten ser “dirigidas” por “el Príncipe” o, de lo contrario, se atengan a sus “tácticas bélicas de coerción”.
Se entiende que, en un “orden unipolar” de estas características, el presidente Morales afirme su descontento con la nueva Constitución que él mismo impulsó y promulgó, porque ésta no le da carta blanca para obrar, como quería, sino que establece el requisito de aprobar leyes que obligan al Gobierno a negociar con otros grupos políticos. Este mismo sentido tienen otras palabras de Morales, mucho más serias, empleadas el 7 de agosto ante los comandantes del ejército, a quienes el Presidente pidió castigar, por cuenta propia, el supuesto “separatismo” de los líderes del Oriente boliviano.
Hasta hace poco el regionalismo oriental constituía el principal obstáculo para el Gobierno izquierdista, pero sus propios excesos y “tácticas bélicas de coerción” como la que Morales solicitó --en el mejor estilo setentista-- a los militares, lo han arrinconado al punto de que algunos investigadores de la opinión pública creen que en las elecciones de diciembre desempeñará un papel secundario respecto a la diferenciación clasista. Por tanto, se supone que en Santa Cruz como en el resto del país las clases populares votarán por Evo, mientras que las clases medias lo rechazarán.
Pese a todo, hay que diferenciar entre el (mal) deseo del gobierno y la realidad. El poder nunca es absoluto, rara vez puede ser total e infrecuentemente resulta “unipolar”. Aquí, en todo caso, estamos muy lejos de eso. Como el propio García Linera reconoció en la citada entrevista, las élites “caídas” siguen en posesión del capital y del conocimiento que necesita Bolivia no sólo para desarrollarse, sino incluso para mantenerse en su estado actual. Lo insano y fantástico sería tratar de arrancarlas de cuajo para eliminar así la “multipolaridad”. Si Morales fuera razonable (y escuchara lo que dicen las encuestas) debería tratar de llegar a un acuerdo, así sea mínimo, con ellas.
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