*José Rodríguez Elisondo
Con Piñera comenzamos a salir del submarino de la hipercautela, donde estuvimos casi 10 años.
En la política regional sí se está viendo la "nueva forma de gobernar". Con el Presidente Sebastián Piñera comenzamos a salir del submarino de la hipercautela, donde estuvimos entumecidos casi 10 años. El primero que se dio cuenta, al toque, fue Hugo Chávez. "Que no se meta conmigo", gritó.
Tosco será el coronel, pero adivinó que ahora Chile se orientará hacia una relación más cercana con Colombia y que ambos países, con la bendición de Obama, podrían catalizar una masa crítica similar -o superior- a la bolivariana.
Tras la elección de Juan Manuel Santos, el momento es clave, pues México está receptivo, Perú sabe que aislarse daña la salud, Argentina es de izquierdas, pero no fanática, y Brasil ya tuvo un escarmiento con Honduras.
Entre Fidel Castro y Chávez dejaron a Lula pagando la cuenta política del asilo de Manuel Zelaya, eso le complicó la movida iraní y lo dejó sin juego de piernas ante Estados Unidos. De paso, el reconocimiento chileno de Honduras se vio favorecido por esa coyuntura. Lula no estaba en condiciones de seguir compartiendo el costo de su error con nadie y Piñera lo calculó bien.
Por lo dicho, la reciente visita a Quito hay que evaluarla en dos dimensiones: la regional y la bilateral, signada por el próximo vencimiento del plazo para que Ecuador adhiera -o no- al proceso que Perú nos sigue en La Haya. A este respecto, a Santiago ya no le basta con que Rafael Correa entregue fotocopia de la carta astuta que le envió Alan García. Tampoco vale una repetición de declaraciones anteriores, que ratificaron la vigencia y contenidos de los tratados de 1952 y 1954. Lo fundamental es que, si decide marginarse del pleito, los abogados peruanos dirán que Quito no "siente" amenaza alguna, pues sabe que el tema es estrictamente jurídico y, por tanto, relativamente opinable.
Adelantándose a ese argumento, Correa creyó descubrir un espacio intermedio: el 2 de agosto dictó un decreto, con carta náutica incluida, dejando constancia del espacio marítimo nacional, con paralelos demarcatorios. Ese mismo afán hace evidente que el edificio Carrera y Torre Tagle hoy comparten -y compiten- por la amistad ecuatoriana que antes considerábamos exclusiva. Son los costos del submarino.
En el plano regional, está claro que la política continúa y, si a Piñera no lo trancan, estará en condiciones de iniciar el repechaje para reconquistar Quito. En eso lo ayudará la mala relación de Ecuador con Colombia y la necesidad de Correa, cada vez más apremiante, de reducir su dependencia de Venezuela.
Por lo mismo, una relación privilegiada Santos-Piñera podría convertir al chileno en un socio estratégicamente importante para Correa y otros. Con ese plus, sería más fácil convertirnos en "país puente" de economías transoceánicas. Ese que soñamos, sin captar que debemos contribuir a reparar sus accesos.
Es importante que Piñera logre proyectar "poder suave" hacia la región, pues la vida en el submarino apenas permite ratonear.
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