JUAN EMILIO CHEYRE*Director del Centro de Estudios Internacionales de la Universidad Católica de Chile. Doctor en Ciencia Política y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid; Magíster en Ciencia Política con mención en Relaciones Internacionales por la Pontificia Universidad Católica de Chile; Magíster en Planificación y Gestión Estratégica por la Academia de Guerra del Ejército de Chile. Profesor asociado adjunto de la Facultad de Derecho de la Universidad Católica de Chile. General del Ejército y Comandante en Jefe del Ejército (marzo 2002-marzo 2006).
Las francas respuestas del Presidente Evo Morales al periodico La Tercera la semana pasada pusieron de manifiesto una nueva cara de la medalla en la unilateral demanda con la cual Perú ha cuestionado el límite marítimo con Chile. Es la impresión con la cual regresé después de interactuar en el plano académico con diplomáticos, empresarios, ex integrantes de las FF.AA. y destacados pensadores bolivianos. Lo que ellos perciben -incluso con mayor fuerza que algunos chilenos- es que el Presidente Alan García, al demandarnos ante la Corte de La Haya, está generando dos problemas adicionales muy graves para el futuro de sus relaciones en el Cono Sur.
El primero y más evidente, es que desestabiliza el alineamiento geopolítico de larga data, según el cual Perú ha sido y siempre sería el gran amigo de Bolivia, mientras que Chile aparecería como el gran obstáculo a sus aspiraciones. De algún modo, ese alineamiento va a contramano de la historia remota y contemporánea. Cabe recordar la difícil articulación del territorio boliviano desde su nacimiento, cuando sufre los efectos de las diferencias limítrofes entre los virreinatos de La Plata y del Perú.
Más reciente es la dilatada y negativa respuesta peruana a la proposición que cristalizaba la solución a la mediterraneidad boliviana, según los acuerdos de Charaña. Aún más cercana, aunque menos conocida, es la persistente y silenciosa labor diplomática peruana que echó por tierra las muy avanzadas conversaciones entre Bolivia y Chile de los años 2001-2003. En éstas, dicho país podría haber adquirido la condición marítima esencial, a través de un enclave especializado, energético y sin soberanía, en costas de la II Región, donde podría explotar su gas y proyectarse al comercio marítimo directo. Habría sido una satisfacción importante de su aspiración, sobre la base de acceso a la costa del Pacífico; con derechos aduaneros, impuestos, posibilidad de desarrollo de infraestructura y muchas otras facilidades. En ambos intentos fallidos estuvo la mano invisible de Torre Tagle, que actuó para evitar la solución que Chile sugería.
El segundo problema -y más grave- es que la demanda peruana modifica la relación geopolítica y geoestratégica vecinal, al margen de que, como es de esperar, las razones jurídicas de Chile primen por sobre su artificiosa construcción. Hasta la presentación de la misma, el escenario se sustentaba en límites definidos y en el fiel respeto a tratados y acuerdos que a cada uno de los tres países asignan derechos y deberes. A partir de la demanda, el Perú busca generar una cuña en vastas posesiones marítimas frente a territorio continental chileno, lo cual le otorgaría una posición estratégica que amenaza abiertamente la soberanía terrestre.
Todo esto demuestra que el litigio planteado por Perú es más que un mero trámite judicial. De hecho, modifica los equilibrios geopolíticos y geoestratégicos -que han sustentado más de 100 años de paz- y reduce toda posibilidad de satisfacer la aspiración boliviana. El signo de los tiempos llama al respeto de los tratados y a la búsqueda de la integración, pues ésta sólo puede construirse sobre la base de situaciones estables, como las que existían y la confianza que se ha dañado.
Por eso estimo que la demanda peruana, geopolítica y estratégicamente, no le es indiferente a Chile, ni a Bolivia. Jurídicamente, tampoco a Ecuador, que sustenta parte de sus límites en el mismo principio que Perú cuestiona. En el fondo, es la región la que se ve afectada, pues el respeto a los tratados constituye un imperativo para enfrentar con éxito la gran tarea pendiente que es la integración.
Todo esto demuestra que el litigio planteado por Perú es más que un mero trámite judicial. De hecho, modifica los equilibrios geopolíticos y geoestratégicos -que han sustentado más de 100 años de paz- y reduce toda posibilidad de satisfacer la aspiración boliviana. El signo de los tiempos llama al respeto de los tratados y a la búsqueda de la integración, pues ésta sólo puede construirse sobre la base de situaciones estables, como las que existían y la confianza que se ha dañado.
Por eso estimo que la demanda peruana, geopolítica y estratégicamente, no le es indiferente a Chile, ni a Bolivia. Jurídicamente, tampoco a Ecuador, que sustenta parte de sus límites en el mismo principio que Perú cuestiona. En el fondo, es la región la que se ve afectada, pues el respeto a los tratados constituye un imperativo para enfrentar con éxito la gran tarea pendiente que es la integración.
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