*Alejandro Peña Esclusa
Los venezolanos contemplan -con asombro y admiración- cómo los hondureños impidieron que el modelo chavista triunfara en su país y cómo resisten todos los días las más brutales e injustas agresiones internacionales. Es natural que muchos se pregunten, ¿Por qué los hondureños pueden y nosotros no?
Una explicación razonable es que los hondureños se anticiparon a la tragedia porque ya la conocían. Vieron a través de los medios lo que Chávez hizo en Venezuela; y cuando Zelaya quiso convocar una asamblea constituyente, perpetuarse en el poder y constituirse en otro país satélite de Chávez, reaccionaron a tiempo.
Otra explicación, también válida, es que Zelaya no controlaba el Congreso, ni la Corte; a diferencia de Chávez, que mantiene secuestrados todos los poderes públicos.
Sin embargo, en mi opinión, hay otro motivo más importante, relacionado con la humildad y con la religiosidad del pueblo hondureño.
En julio de este año, cuando visité Tegucigalpa, quedé impresionado con la sencillez y la claridad de los hondureños. Creo que varios factores influyeron para formar ese carácter nacional; entre ellos, la consciencia de sus propias limitaciones económicas; la necesidad de trabajar muy duro para sobrevivir; y el empeño en preservar sus valores familiares y creencias religiosas. Pareciera, además, que el relativismo y el materialismo no han permeado tanto en Honduras, como lo han hecho en Venezuela y en otros países suramericanos.
Los hondureños muestran una gran firmeza y entereza moral a la hora de defender sus principios. Por eso, han sido capaces de tomar decisiones sin titubear y de soportar enormes presiones, incluso de los sectores internacionales más poderosos.
Durante mi permanencia en Honduras, me atreví a comentar que allí me sentía como en la Venezuela rural de mi padre, donde prevalecía la cortesía, la sencillez y la rectitud.
Sin duda, décadas de bonanza petrolera mal administrada han perjudicado a los venezolanos. El materialismo y el consumismo han afectado negativamente el carácter nacional, diluyendo de la memoria colectiva los principios que compartían nuestros antepasados. Diez años de gobierno de Chávez -cargados de cinismo, mentiras y frustraciones- han debilitado aún más nuestros valores. Aunque todo esto no signifique que estemos derrotados.
El testimonio de los hondureños debe suscitar una profunda reflexión en los venezolanos. Es hora de analizar nuestros paradigmas y creencias, para recobrar el camino que perdimos en algún momento de la bonanza petrolera. El ejemplo de ese pequeño país centroamericano puede servirnos de inspiración.
Hoy, más que nunca, es necesario tomar atención a las palabras y recomendaciones del Cardenal Rosalio Castillo Lara, quien dijo, el 14 de enero de 2006, refiriendose a la situación en Venezuela: “Nos encontramos en una situación de extrema gravedad como muy pocas en nuestra historia. Un gobierno elegido democráticamente ha perdido su rumbo democrático y presenta visos de dictadura, donde todos los poderes del Estado están en manos de una sola persona que los ejerce arbitraria y despóticamente; no para procurar el mayor bien de la nación, sino para un torcido y anacrónico proyecto político: el de implantar en Venezuela un régimen desastroso como el que Fidel Castro ha impuesto a Cuba.”
Castillo Lara luego añadió: “Nuestro Señor Jesucristo ha querido, quizás, darnos una dura lección por nuestras infidelidades, por no haber sabido aprovechar los dones que nos dio de una naturaleza tan fértil y rica, de una población inteligente, trabajadora y generosa, y por no haber ayudado debidamente a los más necesitados y no haber vivido limpiamente nuestra fe cristiana.”
La solución a nuestra crisis no saldrá, pues, de una receta política, o de un acontecimiento electoral, sino de un cambio interno, basado en la recuperación de nuestros valores mas preciados; un cambio que nos proporcione la fuerza y la determinación para enfrentar una dictadura tan perversa y destructora como la que hoy domina a Venezuela.
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