Comenzó la reacción del ``establishment'' norteamericano contra Hugo Chávez. Ya era hora. Hace casi 11 años que ese caballero anda haciendo fechorías por medio planeta. El pistoletazo de salida lo dio el pasado 8 de septiembre Robert Mortgenthau, fiscal general de Manhattan, acaso el más poderoso del país.
A sus casi noventa años, y a punto de jubilarse, aunque con su cabeza perfectamente alerta, Mortgenthau eligió para hacer su denuncia al Brookings Institution de Washington, un influyente think-tank próximo al Partido Demócrata, de manera que sus revelaciones no pudieran ser ignoradas por la Casa Blanca y el Congreso, los dos poderes responsables de la seguridad nacional.
¿Qué dijo? Habló de los lazos de Venezuela e Irán y del desarrollo de armas nucleares entre los dos países con el objeto de amenazar a Estados Unidos, como sucedió con Cuba en 1962 durante la Crisis de los Misiles. Contó cómo el sistema bancario venezolano se había convertido en un lavadero de narcodólares y en un atajo para que Irán burlara las restricciones impuestas por Washington a las transacciones financieras iraníes. Destacó los lazos de Hugo Chávez con Hezbolá y Hamás, dos temibles organizaciones terroristas islámicas, y con las FARC colombianas. Dijo, en fin, muchas cosas, y todas eran terribles.
Las consecuencias de la charla de Mortgenthau fueron inmediatas. Los tres grandes diarios nacionales de Estados Unidos --The New York Times, The Washignton Post y The Wall Street Journal-- publicaron artículos y editoriales en total sintonía con las palabras del fiscal. La televisión, los habituales pundits y los blogs más influyentes se hicieron eco. Ya no hay ninguna persona intelectualmente solvente dentro de la estructura de poder de Estados Unidos que no admita que Venezuela, de la mano de Irán y de los terroristas islámicos, auxiliada por sus socios (Libia, Siria, Sudán, las FARC colombianas) se ha convertido en un peligro muy serio para la seguridad y la tranquilidad norteamericanas. Chávez, sencillamente, es un tenaz enemigo dedicado a perjudicar a los norteamericanos en todos los escenarios posibles, lo que no deja de ser una ironía, dado que Estados Unidos le compra a Venezuela el 80% del petróleo que ese país exporta.
Al memorial de agravios de Mortgenthau se pueden agregar otras tres infamias mayores: Chávez ha montado una intriga con el gobierno francés, moviendo intereses económicos, para que el presidente Sarkozy extradite a Venezuela al terrorista Carlos Ilich Ramírez, el Chacal, preso en una cárcel francesa por sus incontables asesinatos. Simultáneamente, intenta liberar al terrorista Ahmad Vahidi, ministro de Defensa de Irán, de la orden de captura internacional que existe contra él por su participación en el atentado contra la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) en Buenos Aires el 18 de julio de 1994, carnicería en la que murieron 85 personas y 300 quedaron heridas. Por último, la oposición venezolana ha denunciado que la supuesta fábrica iraní de bicicletas instalada en el estado de Cojedes es, en realidad, un centro de formación de terroristas adonde acuden miembros de las FARC colombianos a familiarizarse con explosivos semejantes a los que se utilizan en Irak y Afganistán.
Chávez se está convirtiendo en el Noriega del siglo XXI. Manuel Antonio de Noriega fue el narcodictador panameño que estableció fuertes lazos con Cuba y con los narcotraficantes colombianos, alquilando el territorio nacional como pista intermedia para el envío de cocaína a Estados Unidos y el sistema bancario para lavar dólares, mientras imprudentemente acosaba y amenazaba a los militares norteamericanos que entonces ocupaban las bases situadas en la zona del Canal de Panamá. Tras muchas vacilaciones, y con una administración dividida sobre el tipo de respuesta que debía dar Estados Unidos, finalmente el presidente George Bush (padre) ordenó la invasión. Comenzó el 19 de diciembre de 1989 y el día 20 ya había concluido exitosamente. Los gobiernos latinoamericanos protestaron sin energía: nadie quería colocarse junto a un narcodictador totalmente desacreditado. La inmensa mayoría de los panameños respaldó el hecho. ¿Se volverá a repetir esa vieja historia?
Es difícil que suceda de la misma manera --invadir Venezuela no parece una opción inteligente ahora que estudian la retirada de Irak y, quizás, de Afganistán--, pero es probable que un sector importante del gobierno norteamericano ya le esté sugiriendo al presidente Obama que arbitre medios para desalojar del poder a este peligroso enemigo de la democracia norteamericana antes de que el tumor se vuelva canceroso. Por cierto, a George Bush tampoco lo hacía feliz la perspectiva de invadir Panamá. Fue una decisión muy incómoda que se volvió inevitable.
(C) Firmas Press
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