Al cumplirse tres años de aniversario de la revolución ciudadana, es evidente que además de mucho trajinar y suela gastada de zapatos por los interminables gabinetes itinerantes, incansables monólogos y retahíla de autoalabanzas al supuesto cambio de época, el manejo del poder por parte de Alianza País, ha terminado por poner al Gobierno con los nervios de punta.
Solo el atarantamiento y la sensación de encontrarse a milímetros de algún irremediable abismo podría explicar los motivos del Gobierno para caer en acciones tan bajas como vergonzantes como la de las cadenas dirigidas, en esta última semana, en contra de Jaime Mantilla y Jorge Ortiz. Tengo la impresión de que solo un Gobierno enfrentado con sus propias contradicciones, con sus propias disidencias, con sus propios infiernos y demonios, puede torcer tanto la realidad hasta mostrar el más absoluto desquiciamiento. Parece que el Gobierno que preconizaba los corazones ardientes y las manos limpias, se ha convertido en una suerte de enfermo mental obsesivo, que solo pasa y repasa sus pequeñas miserias, sus pequeños odios, sus pequeños resentimientos, desencantos y desamores pasados.
Igualmente solo un enfermo mental en ese estado de susceptibilidad emocional, puede decidir hacer una gran fiesta con bombos y platillos, en medio de una voraz crisis económica y energética, pero sobre todo en medio de una situación de extrema dificultad interna por la cantidad de flancos abiertos en absolutamente todos los ángulos del espectro.
Solo ese ser humano partido por sus propias angustias puede pretender esconder sus patologías bajo la alfombra, taparlas bajo el retumbar de los bombos y platillos de su fiesta, y hacer de la supuesta celebración, una fiesta tristemente patética y pagada por todos los ecuatorianos. Solo ese mismo individuo puede botar la casa por la ventana cuando un amigo puntal del proceso que lleva a cabo se aleja del proyecto, y sobre todo cuando con la separación del amigo se ponen en evidencia sus profundas contradicciones. Un verdadero cambio de época hubiera sido que el Ecuador llevara el proyecto Yasuní-ITT a feliz término y colocara un hito a nivel mundial. Pero cuando prima la sinrazón, es fácil comprender que se lo bote al traste con una alta dosis de grosería de por medio, ventilando las objeciones públicamente, sin tener ni un poco de consideración y respeto por la dignidad de las personas involucradas en el proyecto.
Con el fin del sueño ITT se va una parte sustancial del “proyecto” revolucionario, que pretendía superar el modelo extractivista e inaugurar una nueva etapa productiva. Nuevamente sepultado el sueño, ¿qué les queda para celebrar a estos hombres y mujeres al borde de un ataque de nervios? ¿Acaso una Constitución que sigue siendo una suerte de ficción, en la práctica pisoteada y vilipendiada? Ahora que los nervios han llegado a la punta de la crispación, entonces sí la ficción, creada por el nuevo Hollywood de Carondelet, experto en montajes y doblajes, sea la única razón para celebrar. Después de todo, mediante este método implacable de nueva Inquisición, se avanza con el imperante objetivo revolucionario de gran cruzada en contra las herejes almas. ¡Suficiente motivo como para celebrar!
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