*Mirko Lauer
La visita de Manuel Zelaya, el depuesto presidente de Honduras, es parte de sus esfuerzos por avivar un celo democrático que se viene reduciendo discretamente frente a su caso. Está claro que quienes lo golpearon no van a obtener la legitimidad que buscan, pero a su vez el retorno de Zelaya al poder no parece una cosa segura.
Prácticamente todos los gobiernos de la OEA le dan la razón, pero nadie le quiere poner el cascabel al gato golpista. Los socios del ALBA quisieran, pero cada uno de ellos tiene problemas propios, y juntos forman un grupo sin capacidad de convocar al resto, y menos para un cruzada restauradora de este tipo. Zelaya ha señalado también en Lima que es falso que haya buscado reelegirse. Puede ser. Pero es un hecho que el golpe llegó luego de que Zelaya desoyera las opiniones contrarias de las principales instituciones del Estado hondureño respecto de un referendo de última hora que venía preparando.
Parte de las sospechas surgió cuando el depuesto presidente se matriculó en el ALBA, sorprendiendo a todos, pues resultaba siendo el primer gobernante chavista rápidamente identificable como de derecha. Lo cual no quiere decir que sus golpeadores sean identificables como socialistas del siglo XXI, ni mucho menos.
Los seguidores de Zelaya han tomado un camino no tan distinto del de las oposiciones en algunos países del ALBA: salir a las calles levantando banderas democráticas, reclamar el retorno a la anterior institucionalidad, tratar de despertar a una solidaridad internacional más bien adormilada frente al tema. Así Zelaya viaja como una paradoja viviente: algunos de sus apoyadores más decididos, por no decir más sinceros, son precisamente los más críticos de las formas de la democracia representativa realmente existente en la región. Otros critican el golpe, pero no tendrían nada bueno que decir sobre el camino que estaba emprendiendo Zelaya.
Con el golpe de Honduras se ha abierto un razonable temor a nuevos golpes para frenar resultados electorales que desagraden a los militares y a sus ideólogos. Un temor paralelo a aquel otro de que las elecciones en la región empiecen a producir gobiernos plebiscitarios sin retorno a la constitucionalidad que los llevó al poder.
Mientras tanto allí está Zelaya dando vuelta, con su estilo tex-mex, evidentemente víctima de un mal cálculo político. El reloj político hondureño avanza hacia las elecciones generales de noviembre, y es poco probable que Zelaya pueda siquiera participar en ellas. Quizás debería ir pensando en un representante de sus posiciones.
Prácticamente todos los gobiernos de la OEA le dan la razón, pero nadie le quiere poner el cascabel al gato golpista. Los socios del ALBA quisieran, pero cada uno de ellos tiene problemas propios, y juntos forman un grupo sin capacidad de convocar al resto, y menos para un cruzada restauradora de este tipo. Zelaya ha señalado también en Lima que es falso que haya buscado reelegirse. Puede ser. Pero es un hecho que el golpe llegó luego de que Zelaya desoyera las opiniones contrarias de las principales instituciones del Estado hondureño respecto de un referendo de última hora que venía preparando.
Parte de las sospechas surgió cuando el depuesto presidente se matriculó en el ALBA, sorprendiendo a todos, pues resultaba siendo el primer gobernante chavista rápidamente identificable como de derecha. Lo cual no quiere decir que sus golpeadores sean identificables como socialistas del siglo XXI, ni mucho menos.
Los seguidores de Zelaya han tomado un camino no tan distinto del de las oposiciones en algunos países del ALBA: salir a las calles levantando banderas democráticas, reclamar el retorno a la anterior institucionalidad, tratar de despertar a una solidaridad internacional más bien adormilada frente al tema. Así Zelaya viaja como una paradoja viviente: algunos de sus apoyadores más decididos, por no decir más sinceros, son precisamente los más críticos de las formas de la democracia representativa realmente existente en la región. Otros critican el golpe, pero no tendrían nada bueno que decir sobre el camino que estaba emprendiendo Zelaya.
Con el golpe de Honduras se ha abierto un razonable temor a nuevos golpes para frenar resultados electorales que desagraden a los militares y a sus ideólogos. Un temor paralelo a aquel otro de que las elecciones en la región empiecen a producir gobiernos plebiscitarios sin retorno a la constitucionalidad que los llevó al poder.
Mientras tanto allí está Zelaya dando vuelta, con su estilo tex-mex, evidentemente víctima de un mal cálculo político. El reloj político hondureño avanza hacia las elecciones generales de noviembre, y es poco probable que Zelaya pueda siquiera participar en ellas. Quizás debería ir pensando en un representante de sus posiciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario