PARADA MILITAR BICENTENARIO EJERCITO DE CHILE 2010

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martes, 14 de septiembre de 2010

CHILE: LA HUELGA Y LA VUVUZELA

¿Cómo evaluar o calificar la decisión de cuatro diputados de oposición de sumarse a la huelga de hambre de los mapuches? Suspender toda ingesta no deja de ser un impulso heroico; pero esos cosquilleos activistas, en nueve de 10, rozan el ridículo.
 Los diputados deberon ser desalojados a la fuerza de la Carcel El Manzano, tras sumarse al movimiento de huelga de hambre protagonizado por los 33 condenados por actos terroristas

Doce años después de que Iván Moreira, el 18 de octubre de 1998, anunciara una huelga de hambre indefinida -pero luego le vino apetito y le puso fin- en apoyo del general Pinochet recién detenido en Londres, anuncio que en ese entonces suscitó risas y luego pasó caritativamente al olvido, cuatro parlamentarios de oposición quisieron a mediados de semana reeditar dicha práctica, aunque esta vez en beneficio de los mapuches en huelga de hambre. Estos parlamentarios deseaban, con su gesto de gastronomía en reversa, presionar en pro de una revisión de la causa en términos distintos a los actuales, de "terrorismo", los que por lo demás resultan de una aplicación de la ley a la que ellos mismos, aunque sólo sea como miembros de la pasada coalición gobernante, prestaron su endoso.
Otros son los tiempos, sin embargo; si lo de Pinochet suscitó risas y mofas de los sectores de izquierda, para los mismos quizás la iniciativa de estos parlamentarios tenga ribetes de justicia, solidaridad y heroicidad. En esto último quizás tengan razón: suspender toda ingesta no deja de ser un impulso heroico considerando que la única "dieta" que los honorables han conocido en sus vidas es la muy suculenta que reciben cada mes por sus servicios a la nación. No bastándoles eso quisieron iniciar su martirologio en el mismo recinto donde se encuentran los comuneros, lo que no lograron; enseguida se les sacó en volandas. A dicha acción de desalojo el diputado Aguiló, uno de los candidatos a practicar esta dura receta para adelgazar, la calificó de "brutal". Ex mirista, Sergio Aguiló, en sus años juveniles, estaba dispuesto a ejercer "violencia revolucionaria", pero hoy, ya maduro, es un auténtico reconvertido y creyente en las bondades de la paz y no tolera ni que se le quiebre una uña.

¿Cómo evaluar o calificar esta iniciativa?
Una posibilidad es considerarla total y enteramente de iniciativa particular de estas personas. En ese caso el motivo sería la acostumbrada mezcla que informa toda actividad humana, a saber, obediencia a algún principio o regla a la que se presta adhesión, cálculo de ganancia personal, afán de figuración, auténtica compasión por terceros e impulso irresistible por "hacer algo" en vez de quedarse quietos. Nada especial.
Otra posibilidad es hacerla parte de una maquinación tácita o explícita de la Concertación en su conjunto con ánimo de hacer uso de cada oportunidad a mano para mortificar al gobierno y, de ese modo, torpedo tras torpedo, hundir su gestión y preparar el terreno para ese regreso triunfal que imaginan a cuatro años plazo aupados por doña Michelle.

DESCONCIERTO
La tercera posibilidad es más compleja, suerte de síntesis de las dos anteriores. En este caso no habría habido tal plan maquiavélico de la Concertación, pero sería precisamente esa ausencia de planes, ideas comunes y propósitos colectivos lo que, por default, hace posible iniciativas desmembradas y algo deschavetadas capaces de persuadir hasta a un tipo inteligente como Aguiló. La política de la Concertación, si acaso puede ser descrita como "política", es hoy por hoy el desconcierto. No manifiesta, hasta ahora, otra señal de unidad que las carencias comunes afrontadas por sus partidos componentes, esto es, la pérdida del gobierno y de sus electorados. A eso se agrega, como mínimo común denominador, el rencor que suscita tamaña desgracia, el consiguiente afán de tomar venganza y el ánimo de oponerse a todo, en fin, un talante de muy mala catadura maquillado con la mañosa frase "apoyaremos lo que nos parezca de beneficio para el país".
Todo eso es lo único que hasta este minuto, por desgracia, caracteriza al conglomerado. Es una postura que se apoya en el poder conferido por la fuerte presencia parlamentaria heredada de mejores tiempos. Y si acaso esta situación de poder ancestral unida a mera rabia y cero ideas hace posible iniciativas desperdigadas e inorgánicas como la de los parlamentarios dispuestos a adelgazar en beneficio del pueblo mapuche, al mismo tiempo tiene un efecto de mucha mayor envergadura en la totalidad de la política del país, pues obliga al gobierno a adoptar, por razones de correlación de fuerzas en el Congreso, un curso zizgzagueante que califiqué, hace tiempo, como "política bonapartista". Así se bautizaba otrora a toda política gubernamental apoyada casi exclusivamente en la figura de su máxima autoridad y cuando ésta busca apoyos allí donde estén o puedan encontrarse, de modo que la tradicional política de bloques y discusiones en gran escala es sustituida por una de cotilleos de pasillos, transacciones oscuras, negociaciones entre cuatro paredes y un oportunismo elevado casi a una de las bellas artes. Luis Napoleón -el sobrino del Gran Napoleón- ejerció ese estilo de 1851 a 1870 y de ahí el nombre de esa práctica.

VUVUZELA
De ahí la tentación, ya que estamos en onda de bautizos, de renombrar a la Concertación como la vuvuzela. Este siniestro artefacto no emite ningún sonido significativo, no sale de él melodía ni armonía ninguna, nada sino un ruido monocorde, irritante y sostenido, sin variaciones; del mismo modo la Concertación emite una queja y un rencor obstinado y rabioso pase lo que pase en la política y haga lo que haga el gobierno. Incapaces -hasta el momento- de reformarse, autocriticarse, democratizarse y reprogramarse, no les ha quedado, como adhesivo colectivo, nada salvo la ambición de poder y la ira por haberlo perdido.
Tal vez esto sea simplificar en exceso, es verdad. Quizás haya también una legítima aspiración a cumplir un rol opositor. Los partidarios del presidente no pueden esperar que se les aplauda, apoye y mime en todo. Menos pueden aguardar tal cosa si al mismo tiempo el actual gobierno pretende hacer indiscretas contabilidades acerca de lo hecho por el anterior en materia de fondos fiscales, subvenciones, proyectos fallidos y otras cuestiones que, en debido derecho y de acuerdo a vieja y sabia práctica, deberían dejarse descansar en paz en sus criptas burocráticas.

¿A qué viene este afán por exhumar cuerpos muertos? Cierto que en los 20 años de Concertación se produjeron hechos no del todo acordes con la legislación vigente, pero no son mayores ni más graves que los normales en todo régimen formado, después de todo, por miembros de la raza humana proclives al error y a la tentación.
La misma cualidad humana explica la conducta de estos parlamentarios. No se trata en este caso de corrupción y malas prácticas, sino de ese cosquilleo activista y por lo general infundado y hasta patético que nos saca del diván donde tan tranquilamente podríamos habernos quedado leyendo y nos arroja a la calle para hacer, nueve veces de 10, el ridículo.

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