El mes pasado el SIPRI -el centro de estudios especializado en gastos de defensa con sede en Estocolmo- informó que el gasto militar de Brasil es diez veces el de Argentina, aunque el PBI es sólo cinco veces mayor.
Rosendo Fraga
Es que el gasto en defensa de la Argentina (menor al 1% del PBI) no es solo uno de los más bajos del mundo y de la región -el mundo gasta aproximadamente 4% del PBI en defensa y América del Sur 2%-, sino que es el más bajo de la historia del país.
En el último medio siglo (1960-2010) el máximo del gasto en defensa en Argentina (próximo al 3% del PBI) se registró entre 1978 y 1982, por el riesgo de conflicto con Chile y la guerra de Malvinas. Con el retorno de la democracia comenzó a reducirse gradualmente. Alfonsín, que lo toma en aproximadamente 2,5 del PBI, lo deja en algo menos de 2%. Menem, a su vez, lo disminuye al 1,5% y Kirchner al 1%, descendiendo algo más en el gobierno de Cristina Kirchner.
Las razones han sido básicamente dos: la primera -y probablemente la más relevante- es la pérdida de importancia o prioridad de las Fuerzas Armadas y la baja importancia de ellas para la dirigencia civil. La segunda es la disminución en la percepción de riesgos en la región, aunque el desequilibrio militar haya aumentado en perjuicio de Argentina.
El problema es que la historia muestra que los conflictos suelen ser imprevistos. Las Fuerzas Armadas argentinas se prepararon para una guerra con Chile y terminaron sorpresivamente en una con la segunda potencia militar de la OTAN, el Reino Unido. Las Fuerzas Armadas chilenas, en las últimas décadas, se prepararon para un conflicto regional con Perú y Bolivia como primera hipótesis y Argentina como segunda, y terminaron desplegadas en forma no prevista para impedir saqueos en las ciudades que siguieron al terremoto. Las fuerzas de la OTAN se prepararon para una guerra en Europa, eventualmente contra la URSS, y terminaron con su mayor operación en toda su historia contra los talibanes en las montañas de Afganistán.
La desinversión en el rubro defensa lleva años revertirla y como los conflictos a comienzos del siglo XXI son cada vez más sorpresivos, en caso de producirse no hay posibilidad de recuperar las capacidades, aun destinando el dinero necesario. Además, el adiestramiento del personal no se logra de un día para otro, dado que requiere tiempo y ejercitación.
La reducción del gasto militar argentino es una decisión unilateral, no compartida por la región. Chile y Brasil lo han aumentado en los últimos años, al igual que la mayoría de los países del mundo y la región durante la primera década del siglo.
La realidad es que la capacidad operativa de las Fuerzas Armadas argentinas está en estado crítico. Pese a la importancia que debe tener la política Antártica, en las últimas campañas al continente blanco y por primera vez en la historia, se han alquilado medios extranjeros para realizarla -no sólo el rompehielos a Rusia sino también aviones a varios países-, al no tener medios propios para abastecer las bases. Chile no tiene problemas para abastecer con medios logísticos propios sus bases antárticas y Brasil ha puesto a disposición de Argentina los propios, pero se decidió no aceptar la oferta y optar por arrendarlos a otros países, como ha sido el caso del rompehielos ruso.
De la decena de aviones de transporte Hércules C 130, que son los únicos de transporte pesado que tiene la Argentina no solo para las Fuerzas Armadas sino también para emergencias sociales, no llega a funcionar a pleno un tercio de ellos. En los medios de combate las restricciones son aun mayores.
Que las Fuerzas Armadas recuperen sus capacidades básicas y pongan en valor su equipamiento debe ser el objetivo central de la política de defensa.
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