Desde los primeros días de su gobierno, el presidente estadounidense Barack Obama dijo, a manera de metáfora, que su gobierno quería "reiniciar" las relaciones con Rusia, maltrechas tras los ocho años de George W. Bush. En marzo, la jefe de la diplomacia estadounidense, Hillary Clinton, incluso obsequió a su colega ruso Sergei Lavrov un pequeño botón rojo para simbolizar esa intención. Pero el jueves pasado Obama dio un paso decisivo hacia ese propósito cuando anunció que cancela el polémico escudo antimisiles que Bush planeaba instalar en Europa del Este a pesar de las protestas de Moscú. La arriesgada apuesta de Obama, a la espera de sus resultados, podría alterar significativamente el tablero geopolítico mundial.
Desde el principio, el plan para desplegar 10 interceptores de misiles en Polonia y los radares del sistema en República Checa fue controvertido. Oficialmente se trataba de un seguro para defender a Europa de los cohetes de largo alcance de países extracontinentales, el eufemismo para decir Irán. Pero Rusia lo sentía como una amenaza directa, era resistido por muchos sectores en los propios países donde sería instalado y ni siquiera había certeza sobre la tecnología que iba a emplear, pues nunca había sido probada. En palabras de un ex asesor de seguridad nacional de la administración Carter, era "un proyecto que no funciona, contra una amenaza que no existe, en países que no lo quieren". En un mundo en reacomodo, con una Rusia renaciente y envalentonada que no está dispuesta a que sus intereses sean ignorados, las relaciones entre Occidente y el Kremlin se han venido deteriorando en los últimos años. La lista de desencuentros es extensa e incluye, entre otros, la interrupción de suministro de gas a Ucrania, que afectó a media Europa, y la intervención militar rusa en Georgia. Dos países que eran parte de la extinta Unión Soviética pero que han elegido gobiernos prooccidentales y aspiran a ingresar a la Otan, algo que Rusia considera inaceptable. El famoso escudo ciertamente no era la única fuente de tensiones, pero sí la más importante. A fin de cuentas, se iba a instalar en Polonia y República Checa, dos países que pertenecían a la otrora órbita soviética que Moscú todavía considera su área de influencia. El Kremlin incluso como respuesta amenazó con desplegar sus propios misiles en Kaliningrado, un enclave ruso entre Polonia y Lituania, en medio del territorio de la Unión Europea.
Desde el principio, el plan para desplegar 10 interceptores de misiles en Polonia y los radares del sistema en República Checa fue controvertido. Oficialmente se trataba de un seguro para defender a Europa de los cohetes de largo alcance de países extracontinentales, el eufemismo para decir Irán. Pero Rusia lo sentía como una amenaza directa, era resistido por muchos sectores en los propios países donde sería instalado y ni siquiera había certeza sobre la tecnología que iba a emplear, pues nunca había sido probada. En palabras de un ex asesor de seguridad nacional de la administración Carter, era "un proyecto que no funciona, contra una amenaza que no existe, en países que no lo quieren". En un mundo en reacomodo, con una Rusia renaciente y envalentonada que no está dispuesta a que sus intereses sean ignorados, las relaciones entre Occidente y el Kremlin se han venido deteriorando en los últimos años. La lista de desencuentros es extensa e incluye, entre otros, la interrupción de suministro de gas a Ucrania, que afectó a media Europa, y la intervención militar rusa en Georgia. Dos países que eran parte de la extinta Unión Soviética pero que han elegido gobiernos prooccidentales y aspiran a ingresar a la Otan, algo que Rusia considera inaceptable. El famoso escudo ciertamente no era la única fuente de tensiones, pero sí la más importante. A fin de cuentas, se iba a instalar en Polonia y República Checa, dos países que pertenecían a la otrora órbita soviética que Moscú todavía considera su área de influencia. El Kremlin incluso como respuesta amenazó con desplegar sus propios misiles en Kaliningrado, un enclave ruso entre Polonia y Lituania, en medio del territorio de la Unión Europea.
Obama argumentó motivos prácticos para desechar el programa de Bush. Informes de la inteligencia estadounidense aseguran que el desarrollo iraní de misiles de largo alcance, el motivo original del escudo, está estancado, mientras que el de misiles de corto y mediano alcance avanza a pasos agigantados. El proyecto, entonces, será sustituido por una alternativa más modesta y, según el Presidente, más eficaz para prevenir la actual tecnología de misiles iraníes. Los primeros sistemas de interceptación, mucho más sencillos, serán emplazados en buques. Se trata, después de la retirada de Irak y el cierre de Guantánamo, del tercer gran anuncio de Obama destinado a corregir la política exterior de su antecesor. "Esta nueva arquitectura de misiles en Europa proveerá una defensa más fuerte, más inteligente y más ágil a las fuerzas norteamericanas y a los aliados de Estados Unidos. Es más amplia que el programa anterior y utiliza recursos que ya han sido probados", aseguró Obama. También, en tiempos de crisis económica, es mucho más barata. Pero más allá de los argumentos técnicos, la decisión es un guiño a Moscú. En el Kremlin, como es apenas obvio, la decisión fue bienvenida y el primer ministro, Vladimir Putin, la calificó como "acertada, justa y valiente". Y en cualquier caso, la movida traerá consecuencias políticas de gran calado. Para empezar, la decisión podría marcar el fin del acercamiento de Washington con Europa del Este, precisamente el mayor irritante para Moscú.
En Polonia y República Checa, más que la amenaza iraní, preocupa la agresividad rusa, y probablemente se sientan abandonados por el nuevo escenario. Aparentemente, Washington está dispuesta a pagar ese precio a cambio de obtener una mayor colaboración rusa en tres temas clave: la reducción mutua de arsenales atómicos, Afganistán e Irak. Los dos últimos son los frentes más apremiantes de la política exterior estadounidense. En Afganistán, etiquetado como "el Vietnam de Obama", muchos analistas han señalado la urgencia de una aproximación más regional. Rusia ya permite el paso limitado de material militar estadounidense por su territorio destinado a la guerra en Afganistán, pero podría involucrarse más. Pero el mayor giro podría llegar con el programa nuclear de Irán. En el marco de las Naciones Unidas, Rusia con asiento permanente en el Consejo de Seguridad, se ha mostrado reticente a apoyar sanciones más duras contra el régimen iraní. Sin el obstáculo del escudo antimisiles es posible que Moscú sea más receptivo a las iniciativas estadounidenses en ese sentido. No en vano Obama hizo el anuncio en vísperas de dos importantes citas: la cumbre del G-20, donde se encontrará con el presidente ruso, Dimitri Medvédev, y la Asamblea General de las Naciones Unidas, donde se discutirá el programa nuclear iraní. Las consecuencias de una nueva relación entre Washington y Moscú podría tener coletazos en muchos lugares, incluso en Latinoamérica. Existe la percepción de que lo que ha motivado a Rusia a buscar alianzas con Venezuela, a la que convirtió en cliente privilegiado de su armamento, es hacerle contrapeso a la incursión de Estados Unidos en su área de infuencia. Al fin y al cabo, las revoluciones de colores que llevaron al poder en Ucrania y Georgia a gobiernos cercanos a Washington son vistas en Moscú como operaciones de la CIA, dirigidas a establecer una cabeza de playa en áreas de importancia estratégica para Rusia. Aunque poco se mencione, las concesiones de Obama en el patio trasero de Moscú podrían eventualmente llevar a una cortesía semejante del Kremlin en el de Washington. Sin embargo, nada garantiza esa respuesta. Los rusos podrían interpretar la movida de Obama como un gesto de debilidad y concluir que la mano dura les está rindiendo réditos. Como afirmaba el editorial de The New York Times, cuando Obama se encuentre con Medvédev, "debe dejar claro que esta decisión no es un pago por el matoneo ruso y que una relación mejorada dependerá de la voluntad rusa para tratar mejor a sus vecinos y su gente". Pero quizás el frente más riesgoso para Obama es la política interna. El senador republicano John McCain, perdedor de las presidenciales, ya dejó saber su opinión: "Se trata de una mala decisión sin paliativos. Rusia e Irán son los grandes ganadores. Creo que es un mal día para la seguridad nacional de Estados Unidos". "En estos días es mejor ser adversario de Estados Unidos que ser su amigo", sentenciaba el viernes un editorial de The Wall Street Journal. Así tenga el apoyo unánime de los expertos militares, la oposición de derecha lo acusará de debilitar a su país. En campaña, Obama prometió hasta la saciedad el regreso de la diplomacia. Está por verse si esa estrategia rendirá sus frutos o se convertirá en la munición de sus adversarios en un mundo cada vez más peligroso.
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