En “Amor constante más allá de la muerte”, el inigualable Francisco de Quevedo termina diciendo, con el cierre más magistral que pueda existir: “serán ceniza, mas tendrán sentido; polvo serán, mas polvo enamorado”.
Juan Claudio Lechín
Nadie podrá jamás mejorar esta metáfora eterna porque después del polvo, ¿qué más? Sin embargo, el presidente Chávez ha vuelto realidad palpable la lírica quevediana del polvo enamorado, pues durante las fiestas patrias venezolanas juntó, de manera póstuma, al Libertador Simón Bolívar con Manuela Sáenz, la más conocida de sus novias.
Correa, el presidente ecuatoriano, colaboró con el casorio llevando hasta la tumba del prócer, en Caracas, un cofre simbólico con tierra peruana de Paita, donde murió Manuela. El asunto ha generado protestas y suspiros. Los protestantes aseguran que Bolívar amaba a muchas pero a ninguna, con lo que el acto estaría manchando el verdadero deseo de “independencia afectiva” de Bolívar; y los que suspirantes enfatizan que “eso era lo que hubiera querido Manuela”, atrapar al inatrapable. Otrosí: algún sacerdote vaticano calificará de impúdica a Manuela, pues “ella tenía marido” cuando Simón se la llevó al río.
Los padrinos, Chávez y Correa, no han desaprovechado el momento para lanzar al viento ejercicios poéticos. Correa, en tono de epopeya, dijo: “[...] hermanos de una gran nación de naciones, donde podamos ser diversos pero no desiguales”. Y Chávez, en tono romántico, espetó: “Simón y Manuela, los dos son la misma cosa: pasión, fuego patrio que hoy se convierte en llamarada”.
Intervinieron representantes de los altos poderes del Estado, Fuerzas Armadas, curia eclesiástica y pueblo en general, pero a pesar del rimbombo la prensa no acompañó, al mismo tono, tamaño estruendo, seguramente porque ha sido tan maltratada por Chávez con una cadena de televisión y 34 radioemisoras clausuradas hasta julio del 2009, orden de prisión para Guillermo Zuloaga, director de Globovisión, orden vía Interpol contra la periodista Patricia Poleo, mil cien agresiones a periodistas (100 agresiones anuales), Ley de Responsabilidad Social de Radio y Televisión (tenaza al cuello), Ley Especial de Delitos Mediáticos (debatida en la Asamblea Nacional) y bombas a los diarios.
Y por si esto fuera poco, como decía el salsero, hace un mes salió el decreto de censura (número 39.436), en que una dependencia del Ministerio del Interior tiene potestad de prohibir cualquier información. Chávez, un agresor sensiblero.
Quizá no para otras ciencias, pero para la dramaturgia es perfectamente compatible la figura de agresores sensibleros, atropelladores conmovidos, como Al Capone en “Los Intocables” de Brian de Palma llorando durante la ópera “Pagliacci”, o Michael Corleone en “El padrino III” rezando en la Capilla Sixtina. Ambos casos hacen una tendencia dramática que indica que actos noveleros de este tipo, en personajes así, preceden a su caída.
El Libertador debe estar contento descansando junto a tierras peruanas -como concordia histórica-, además convertidas en polvo enamorado. Lo que debe enojarlo es que Chávez, su celestino, atropelle la república por él fundada e intente instalar bajo su nombre, bajo el nombre de Bolívar, una monarquía plebeya. Tanto afán, Simón ¿para nada?
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