Podría ser una telenovela de cuarta, como la definió Néstor Kirchner, pero nadie podrá negarle a la trama del escándalo en las relaciones con Hugo Chávez ingenio, verosimilitud y asombros.
www.lanacion.com.ar -Joaquín Morales Solá
Los capítulos se suceden con vibrantes novedades y aparecen, permanentemente, nuevos personajes. Una noticia reciente indica, por ejemplo, que el relevo del embajador Eduardo Sadous de su destino en Caracas no fue sólo una decisión de Kirchner, sino también consecuencia de una presión del propio Chávez. La impugnación del líder venezolano no era política ni ideológica, sino práctica: el embajador argentino estaba obstaculizando los “negocios” entre venezolanos y argentinos. Aquella intuición de Chávez no carecía de información precisa, sobre todo si se la analiza con el conocimiento que se tiene ahora de los cables reservados que el entonces embajador en Venezuela enviaba a Buenos Aires. La objeción a Sadous y el consecuente relevo del embajador sucedieron en 2005, un año en el que se registró también un vuelco clave en la relación entre Kirchner y Chávez.
La revelación del fastidio de Chávez con Sadous comenzó en Nigeria. En los primeros años de esta década, el embajador argentino en ese importante país africano, Jorge Vehils, trabó una relación de compinches con el embajador de Venezuela, Jesús Pérez, y con el de Brasil. Los tres llegaron a formar una pequeña orquesta para desafinar la música latinoamericana en medio de la insoportable desolación de Africa.
Vehils regresó luego a Buenos Aires y aceptó otro destino africano: la embajada en Guinea Ecuatorial. El dictador guineano Teodoro Obiang le dio el plácet, pero el gobierno argentino nunca le entregó los recursos para volver a Africa. El embajador venezolano Jesús Pérez, amigo entrañable de Chávez, tuvo un destino mejor: lo designaron ministro de Relaciones Exteriores de su país. Pérez es un botánico simpático, que conoce de plantas y de árboles tanto como desconoce la política exterior. Importa poco: su amistad con el caudillo de Caracas es indestructible.
A principios de 2005, Vehils, un africanista hecho y derecho, se aburría en Buenos Aires cuando se enteró de que el ya canciller Pérez estaba en la Argentina para preparar una próxima visita de Chávez al país. Lo buscó en el hotel Sheraton, lo encontró y Pérez lo recibió con los ampulosos gestos de afecto propios del Caribe. Los dos amigos decidieron salir a caminar por la Recoleta. Recordaron entre carcajadas los tiempos africanos. Pérez es un hombre divertido para un curioso: suele describir con propiedad los árboles, sus orígenes y sus familias. En el paseo, durante un diálogo sobre plantas, música y la impotencia de Africa, el canciller venezolano lo sorprendió a Vehils con una pregunta inesperada:
-¿Lo conoces al embajador Sadous? -le zampó a quemarropa.
-No soy amigo de Sadous. Pero tengo muy buenas referencias profesionales de él y sé que cuenta con el respeto de los colegas -le respondió Vehils.
-A ése lo tenemos que limpiar de la embajada argentina -le respondió Pérez con un tono que Vehils no había escuchado en su amigo.
-¿Por qué? -averiguó Vehils.
-Está impidiendo todos los negocios nuestros. Se mete en todo -le replicó el canciller de Chávez.
Vehils quedó con un regusto amargo. Nunca supo bien a qué se refirió Pérez con esa alusión a los “negocios”. Pérez dejó luego la cancillería venezolana, pero Chávez le dio la embajada en París, donde todavía está. Aquel velo cayó para Vehils cuando supo de los cables reservados de Sadous, en los que informaba que empresarios argentinos le habían denunciado que debían pagar sobornos para poder acceder al comercio con Venezuela y que, encima, habían desaparecido 90 millones de dólares de la cuenta de un fideicomiso binacional.
Sadous abandonó Caracas pocos meses después de aquel diálogo. Se fue con todos los honores, despedidas y condecoraciones de un embajador respetado, pero se fue de Caracas. Sadous era para los chavistas un antichavista, pero para los antichavistas era un chavista , recuerda un analista venezolano.Entonces fui un buen embajador, sin compromisos con nadie , respondió Sadous a una consulta sobre aquella definición.
Es cierto que Sadous nunca trasladó a Buenos Aires cierta información venezolana puramente política. En un viaje de Kirchner a Caracas, el entonces presidente argentino no quiso recibir a Teodoro Petkoff, un antiguo guerrillero venezolano que se convirtió en la cabeza más lúcida de la oposición a Chávez. Petkoff fue recibido por el entonces gobernador de Buenos Aires Felipe Solá, por el ya influyente secretario legal y técnico de la presidencia, Carlos Zannini, y por el propio Sadous. Petkoff lanzó en esa reunión una definición devastadora: El principal problema de Venezuela es la corrupción de Chávez y de los jefes militares , encajó. El recuerdo de ese diálogo corresponde a Felipe Solá. Sadous nunca habló de ese encuentro, quizá porque lo inscribió en la lucha política interna de Venezuela.
Vehils está dispuesto ahora a contar sus recuerdos ante jueces o comisiones parlamentarias. Entendió, por fin, a qué se refería su amigo Pérez cuando le habló de “negocios”, pero además considera muy grave que un canciller extranjero le haya anticipado la suerte de un embajador argentino a otro embajador argentino.
¿Era peligroso Sadous para esas relaciones tan especiales entre chavistas y kirchneristas? Nadie le puede negar experiencia para saber qué es correcto y qué no lo es en las relaciones internacionales. Trabajó en la secretaría privada de seis cancilleres argentinos (Alberto Vignes, Angel Robledo, Manuel Aráoz Castex, Dante Caputo, Susana Ruiz Cerutti y Domingo Cavallo). Ya los militares lo encontraron peligroso. La última dictadura lo sacó abruptamente de un bello destino en Roma y lo confinó cuatro años en la India.
El año 2005 marcó la mutación de Kirchner, que se había adjudicado hasta entonces un papel de “contención” de Chávez ante varios países importantes. El entonces presidente argentino cambió desde la cumbre americana de Mar del Plata, en ese mismo año, cuando acompañó a Chávez en el destrato a George W. Bush, y organizó la cumbre y la contracumbre en la misma ciudad balnearia. Desde entonces, también, lo que realmente vale para la relación entre Buenos Aires y Caracas son las embajadas paralelas encabezadas por Claudio Uberti, primero, y por José María Olazagasti, ahora, bajo la jefatura de Julio De Vido.
La nueva estrategia de la oposición en el Congreso podría conseguir las interpelaciones parlamentarias de De Vido y del canciller Héctor Timerman por el “caso Venezuela”. Ninguno de esos ministros tiene experiencia política como para desafiar el salto mortal de tener que enfrentarse a un duro debate parlamentario. Alguno de los dos podría ser fulminado en el recinto , dramatizó un legislador kirchnerista.
¿Es inexplicable, o casual, que en ese contexto el Gobierno haya tirado cualquier noción de prestigio en la defensa cerrada del cuestionado juez Norberto Oyarbide? No. El oficialismo necesitaba dar una muestra inconfundible de que todavía está en condiciones de defender o de echar jueces en el Consejo de la Magistratura. Oyarbide fue juzgado por la prontitud con que desestimó la denuncia contra el matrimonio Kirchner por su inexplicable patrimonio.
Algunos jueces se sumaron al oficialismo con el pretexto de que no se puede acusar a un juez por el contenido de sus sentencias, tesis que fue apoyada por el kirchnerismo. Contradicción pura: muchos de los ex jueces de la Corte Suprema de Justicia en tiempos de Menem fueron juzgados y expulsados de sus cargos por el contenido de sus sentencias.
Envalentonado, Oyarbide pidió en el acto la recusación del senador Ernesto Sanz, fiscal implacable de varios jueces kirchneristas, en el próximo caso al que será sometido: su papel en la investigación de las escuchas telefónicas que involucran a Mauricio Macri. Oyarbide argumentó una “enemistad manifiesta” de Sanz hacia él, lo que significa una recusación de por vida. La comisión que debe resolver tiene mayoría oficialista. Pero Sanz ya le anticipó al senador kirchnerista Nicolás Fernández que está dispuesto a descerrajar un escándalo de órdago.
Un escándalo le abre las puertas a otro escándalo. Podría ser una telenovela, en efecto, pero con un final triste y perdidoso.
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