PARADA MILITAR BICENTENARIO EJERCITO DE CHILE 2010

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jueves, 24 de diciembre de 2009

CHILE Y EL CONTINENTE INMADURO


El dato más destacado de las pasadas elecciones no es la contundente victoria de Sebastián Piñera en la primera vuelta, como predecían todas las encuestas, sino la clarísima derrota de Marco Enríquez-Ominami (MEO), un candidato de la izquierda bananera, vecina del chavismo bolivariano, rociada en este caso por un glamoroso aroma parisino.
Carlos Alberto Montaner 
Chile va bien. Los chilenos parecen estar a salvo de la idiotez ideológica, tan tercamente instalada en la vida política latinoamericana. El dato más destacado de las pasadas elecciones no es la contundente victoria de Sebastián Piñera en la primera vuelta, como predecían todas las encuestas, sino la clarísima derrota de Marco Enríquez-Ominami (MEO), un candidato de la izquierda bananera, vecina del chavismo bolivariano, rociada en este caso por un glamoroso aroma parisino.
El joven diputado, criado en Francia, apenas alcanzó el 20% de los sufragios. Su jefe de campaña y principal soporte financiero fue Max Marambio, un hombre con un pasado sombrío y violento, vinculado durante décadas al gobierno cubano, fuente primigenia de su notable riqueza personal. Si MEO se hubiera alzado con la presidencia, Chile habría entrado en un nuevo periodo de convulsiones y enfrentamientos, sin otro destino que un aumento de la pobreza, más atraso relativo y una notable destrucción de capital.
A los pocos días de esta primera ronda electoral --la segunda, entre Piñera y Eduardo Frei será en enero--, hubo otra noticia relevante: Chile fue admitido a la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico). Es el trigésimo primer país que integra ese selecto grupo de naciones, en general las mejor gobernadas del planeta. La razón esgrimida para aceptarla en el club es la calidad de sus "políticas públicas''. Y es cierto, en Chile el sector público es razonablemente honrado, transparente y eficaz. No es perfecto y hay grandes deficiencias, como sabemos todos los que leemos habitualmente los informes de "Libertad y Desarrollo`, el gran think-tank nacional, pero la calidad del estado chileno es la más alta de América Latina.
Eso es lo que explica la fidelidad de la inmensa mayoría de la población al modelo de estado en el que vive. Los chilenos no quieren demolerlo, como propone la irresponsable izquierda carnívora, sino perfeccionarlo, porque les ha dado resultado. El 75% de los electores, esos que votaron por Piñera o por Frei, desean vivir en un país en el que impere la ley, abierto al mundo, en el que se respeten los derechos individuales, mientras el aparato productivo, regido por la competencia, permanece en manos privadas, porque tienen malos recuerdos de las viejas etapas estatistas.
Los chilenos no quieren un gobierno de caudillos, sino de instituciones guiadas por la meritocracia, y rechazan las aventuras radicales y los enfrentamientos clasistas, dado que la porosidad social y las oportunidades económicas permiten escalar posiciones mediante el trabajo honrado, dentro de los códigos del sistema. En suma, los chilenos no están enfermos de ``tercermundismo'', esa crónica enfermedad de la mente y el corazón que aniquila las neuronas e impide interpretar la realidad con un mínimo de sentido común. Lejos de odiar al primer mundo, desean formar parte de él.
Naturalmente, hay diferencias entre Piñera y Frei, como las hay entre Obama y McCain, entre Thatcher y Blair, entre Aznar y Felipe González, pero son diferencias de matices. Esencialmente, discuten y discrepan sobre la intensidad de la presión fiscal y la asignación del gasto público, o sobre la tasa de interés, o sobre el volumen de la masa monetaria --temas extremadamente importantes, por cierto--, pero no cuestionan el corazón institucional del sistema, basado en la separación y equilibrio de poderes, ni los fundamentos filosóficos de la democracia liberal, ni el principio básico de que todos los ciudadanos deben colocarse bajo la autoridad de la ley, comenzando por los gobernantes, porque están de acuerdo en que ese modelo, acompañado por la libertad para producir y consumir, ha sido el que ha potenciado el formidable desarrollo de esas treinta y una sociedades incardinadas en la OCDE, a donde justamente hoy pertenece Chile.
Bien por Chile. Los pueblos no están a salvo de las catástrofes políticas hasta que un porcentaje abrumador de los adultos respaldan el modelo económico y jurídico por el que rigen su convivencia, persuadidos de que el estado es capaz de acomodar sus valores e intereses de una manera justa, al tiempo de que los políticos y funcionarios hacen bien sus tareas de gerentes.
¿Hay alguna otra sociedad latinoamericana, además de la chilena, que haya alcanzado ese mismo grado de consenso y cohesión? Probablemente, Costa Rica y Panamá. Acaso, Perú, Colombia y Brasil, con grandes dificultades, se decantan en esa dirección, pero no abundan las democracias maduras en nuestros parajes. Siguen siendo la excepción en medio de un continente tumultuoso e inmaduro.

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