El 13 de Noviembre de 1999, hace poco más de 12 años, el mandatario peruano de ese entonces, Alberto Fujimori y su Ministro de Relaciones Exteriores, Fernando de Trazegnies Granda, visitaron Chile. Su estadía respondía a la firma del Acta de Ejecución del Tratado de 1929 con las autoridades chilenas.
*Cristian Leyton Salas es Doctor © en Estudios Americanos
El objetivo era doble. En un primer momento, cumplir a integridad con el Tratado en cuestión. En términos psicopolíticos: cerrar la herida peruana asociada a una perdida territorial que había tenido efectos concretos en la percepción de asfixia geopolítica de la ciudad más importante del sur peruano. Hablamos de Tacna.
En segundo termino, y en palabras del mismo Canciller peruano, De Trazegnies, la firma del Acta de Ejecución Final del tratado debía realizarse a fin que “Tacna pudiera contar con una salida marítima a través del puerto de Arica”. Chile construía a su costo, en la Bahía de Arica, un malecón de atraque que ponía al servicio del Perú. Así mismo, se erigía un edificio para la agencia aduanera peruana y una estación terminal para el ferrocarril de Arica a Tacna. Todo fue cumplido por Chile.
El fin de todo diferendo fronterizo y territorial estaba siendo sellado por el Estado peruano, liderado en ese entonces por el mandatario Fujimori. Fue un acto de “Estado”. En palabras del mismo Ministro de Relaciones Exteriores peruano: “La firma del Acta de Ejecución de los asuntos pendientes del Tratado de 1929, que hemos presenciado hace unos minutos, pone fin a la últimas secuelas de un conflicto entre Perú y Chile que tuvo lugar hace 120 años y que, felizmente, se encuentra hoy totalmente superado”. Es más. El mismo mandatario limeño señaló en dicho momento, que, “esta firma que acabamos de presenciar pone fin a asuntos pendientes de un Tratado de 70 años de antigüedad”. Todos los asuntos pendientes entre Chile y Perú habían finalizado. Al menos eso se pensaba.
Se consideraba que la firma de este acuerdo cerraba el centenario capítulo de la Guerra del Pacífico. Eso nos había señalado la máxima autoridad del Estado peruano. Se pensaba que tal y como lo avanzó el canciller del norte, en dicha solemne ceremonia, que el Acta de Ejecución era un compromiso de Estado: el “Acuerdo que hoy hemos firmado es -y así debe ser analizado y apreciado- un acto de Estado más que un acto de Gobierno”. Nada de ello resultó cierto. El Perú construyó un "caso" que pone en entredicho no solo la palabra empeñada desde el Palacio Pizarro sino que la firma de otros acuerdos vinculantes. No se trata de un mero "desencuentro". Un Estado vecinal pretende territorios que por más de 50 años han estado bajo la soberanía total de Chile. Se trata de un acto inamistoso, hostil.
Se trata de acciones y decisiones que no hacen sino que generar más desconfianza frente a actos de gobierno y retoricas políticas de conciliación.
El Mandatario Alan García señaló, hoy mismo, en el Congreso Chileno que aún queda por solucionar “un último tema que nos separa”. Y se pensaba, infantilmente, que Fujimori, Presidente del Perú, ya lo había solucionado definitivamente 12 años atrás. Alan García se preguntaba hoy porque razón no se puede avanzar en una relación tan fluida como la que alcanzaron con Ecuador. La respuesta es simple: No se puede confiar en un Estado que borra con el codo lo que el otro Gobierno firma con la mano.
Como se ha hecho hoy alusión profusamente al ejemplo de conciliación Peruano-ecuatoriano, señalemos lo siguiente: El Perú en su relación con Ecuador, producto del Acta de Brasilia, ganó políticamente el conflicto del Cenepa al impedir cualquier futura reclamación del Ecuador en orden a recuperar un acceso soberano al río Amazonas. Por dicho Acuerdo, Perú perdió militarmente, pero logra afirmar un posicionamiento geopolítico permanente en el espacio amazónico, no así Ecuador. En ese contexto, claramente, su relación con Chile no es la misma. De perder ante la Haya, Lima mantendrá su espíritu revanchista y revisionista de los acuerdos firmados. Ya lo hizo Alejandro Toledo, siendo cristalizado por el mandatario que hoy nos ofrece integración y seguir el ejemplo de la relación de amistad Franco-alemana.
Seamos claros. El futuro de las relaciones chileno-peruanas es complejo y está lleno de dudas, salvo por algunas certezas relativas al nacionalismo negativo peruano arraigado en la imagen de Chile, a una clase política tradicional que se alimenta del conflicto con nuestro país y a una política exterior peruana de hostilización permanente hacia La Moneda. La respuesta chilena actual: aceptar la lógica peruana de las cuerdas separadas.
La retórica integracionista, conciliatoria y centrada en una “agenda de futuro” que emana del mandatario peruano de visita en Chile es poco creíble. Mientras el “Estado” peruano no superé el trauma psicopolítico representado por la ya centenaria Guerra del Pacífico y deje de utilizar a Chile como una válvula de ajuste interna, el único tipo de relación que perdurará y se fortalecerá es la de desconfianza mutua. El resto es retórica, palabras, desinformación y propaganda.
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