El pequeño de los Castro, el actual "presidente" de Cuba, es «muy familiar, muy cariñoso con sus hijas, con su nieto y con la familia de Fidel.
Ha ido recogiendo los jirones que ha dejado Fidel por ahí, de hijos tanto reconocidos como no reconocidos». Es un hombre muy unido a su mujer, Vilma Espín. Muy mujeriego y parrandero. Pero, cuando su esposa se estaba muriendo, él la lavaba y cuidaba. Y, a la vez, Raúl es también un personaje violentísimo, de una inmensa crueldad. «En la época de los fusilamientos le gustaba dar el tiro de gracia. Es despiadado. Entregó a Fidel en bandeja de plata a su más entrañable amigo, al general Arnaldo Ochoa, a quien fusilaron por presunto tráfico de drogas, lo que puso en sus manos el control de los servicios secretos civiles del ministerio del Interior». Raúl es el hombre de los fusilamientos a mansalva y los campos de concentración. «Él ha sido el brazo ejecutor... Todas las purgas estalinistas en la revolución las llevó a cabo Raúl», nos explica Vicente Botín, antiguo corresponsal de TVE en La Habana, quien ha escrito una biografía del personaje que, aunque se detiene en sus aspectos más humanos, acaba trazando un retrato demoledor en su balance final.
El pequeño de los Castro «siempre se sintió fascinado por su hermano Fidel, que era líder desde pequeño». «Lo cuenta Juanita Castro, su hermana: Raúl tiene cinco años menos que Fidel y siete menos que Mongo (el mayor). Es un alfeñique, chiquitajo, con poca fuerza entre dos gigantones. De ahí que se dijera que no es hijo de Ángel Castro, sino del chino Mirabal. Y él quedó cautivado con Fidel, que era líder desde pequeño y que le protege y le defiende, a él, el pequeñito, el de la voz atiplada».
Pero Fidel, a la vez, «le desprecia, pasa de él, le utiliza». Y Raúl, siempre a la sombra de su hermano mayor, llega a sentirse tan anulado por éste que incluso hoy en día, cuando tiene en su mano el mando absoluto, se ve incapaz de ejercerlo. «Tiene los mecanismos para desempeñar el poder y no lo ejerce. Podría llevar a cabo las reformas que llegó a anunciar y, sin embargo, no lo hace por respeto a su hermano», nos explica Botín.
Después de él, el diluvio
Él es un hombre pragmático, a diferencia de su hermano. Pero el cambio en Cuba es imposible mientras viva Fidel. Ya en los noventa Raúl acometió algunas reformas económicas para sortear la crisis provocada por la caída de la URSS y el cierre de su fuente de subvenciones. Convenció a Fidel de que introdujera algunos cambios siguiendo el modelo chino, que salvaron al régimen, pero que a su hermano no le gustaron nada. Y ahora «querría retomar algunas reformas, pero su hermano le aserrucha el piso». «Le impide ser él mismo» la fascinación... ese sometimiento sin reservas al hermano al que, pese a todo, se entrega Raúl,
Un juego entre el líder dominante y el adláter sometido que le ha sido muy útil a Fidel, sobre todo a la hora de administrar la violencia. «Castro no es hombre que se preocupe de matar gente. Él está por encima del bien y del mal. Es un dios... o se lo cree. Mientras que Raúl, antes de la revolución, ya quiso fusilar a un tipo porque en un entrenamiento de combate dijo estar cansado de cargar piedras. En la sierra, Raúl fusila indiscriminadamente a los mayorales, y cuando entra en Santiago inaugura el terror . Fidel está arreglando Cuba y el mundo entero. Y los cadalsos, el día a día, la eliminación de enemigos y compañeros de viaje queda para Raúl... que así le entrega el poder absoluto a su hermano».
El comunista bebedor
Comunista de primera hora, gran admirador de la URSS, Raúl «es el que institucionalizó la revolución. Lo que fue aceptado a regañadientes por Fidel, quien, no obstante, creó sus propias estructuras paralelas para saltarse esas instituciones». Y esa continua pelea, en la que el pequeño siempre se ha visto avasallado por el loco y arrollador Fidel, es la que ha provocado en Raúl sus graves problemas con la bebida: «Una forma de superar su frustración con un hermano que le desprecia y que no tiene problemas en dejarle en ridículo... Raúl se ha sometido a varias curas de desintoxicación». Y desde luego, cuando más bebió fue «cuando entregó la cabeza de Ochoa: entonces bebió como un loco».
Quien le aguantó sus borracheras y sus correrías de mujeriego fue Vilma, su esposa. «Una mujer muy inteligente, de la alta burguesía de Santiago de Cuba, que estudió en el instituto tecnológico de Massachussetts. Era ingeniera química. Hablaba muy bien inglés y su familia era de alto abolengo. Su padre era uno de los altos directivos de Bacardí. Vilma creó la Federación de Mujeres, que dio a la mujer cubana identidad e importancia en un país tremendamente machista. Le aguantó las borracheras, los disgustos que tuvo con su hermano. Jugó también el papel de gallina familiar junto con Raúl. Y fue combatiente, enlace entre las bases de Santiago de Cuba y Sierra Maestra. Una mujer de armas tomar» junto a la que Raúl ha decidido que será enterrado, en un nicho a su lado, que ya está construido.
Éste es el Raúl retratado por Botín: «La pulga que cabalgó al tigre». El hermano anulado. Como escribe el autor en las últimas líneas del libro: «El destino condenó a Raúl Castro a cabalgar durante toda su vida a lomos de un tigre y el tigre le devoró, a pesar de que nunca se bajó de él».
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