Luis L. Loría
En el libro VII de “La República”, Platón explica lo que se conoce como el mito de la caverna. En su famoso pasaje, el autor representa la naturaleza humana al contrastarla con los efectos de la educación y con la falta de ella. El filósofo nos pide imaginar un antro subterráneo —la caverna—donde se encuentran “hombres encadenados desde la infancia”, inmovilizados de manera que no pueden mover el cuello y las piernas y que solamente pueden ver lo que tienen enfrente. Atrás de esos prisioneros, arde un fuego que proyecta sobre un muro sombras de personas que desfilan con objetos. Esas sombras, y no los objetos reales, es lo que los prisioneros pueden observar. Esas sombras no son la realidad y se prestan a distintas interpretaciones. Por esa razón, un grupo de prisioneros se especializa en interpretar las sombras y, de acuerdo con Platón, reciben honores, alabanzas y recompensas por hacerlo. Estos se convierten en “gurús” del orden establecido, del statu quo. Estos “gurús”, que han vivido de interpretar lo que mejor conocen, son los primeros en levantar sus voces y derramar la tinta de sus plumas para rechazar propuestas que impliquen cambios importantes. Ellos rechazan el cambio porque los saca de los espacios de conocimiento en que se sienten cómodos.
En materia de política económica en Costa Rica, varios “gurús” han evitado activamente —tanto dentro como fuera del Gobierno— un necesario debate alrededor de lo que más conviene a Costa Rica en materia de política económica. Mi lectura es que estos “gurús” se sienten muy cómodos en su caverna —hablando del mundo que mejor conocen— e intentan descalificar propuestas para dolarizar oficial la economía, mejorar la transparencia en el Banco Central y en el manejo del las finanzas públicas y la reducción de tasas impositivas, sin presentar argumentos técnicos válidos. Es natural que muchos de ellos se sientan incómodos, ya que una discusión técnica y seria de propuestas de cambio los obligaría a discutir acerca de temas sobre los cuales, probablemente, conocen muy poco.
El debate público, abierto y transparente en materia de política económica es necesario. Ese debate no puede continuar, como hasta ahora, silenciado. Debemos tener claro que no existen soluciones únicas para los problemas y que los “gurús” del orden establecido también se equivocan. Como sentenció John Stuart Mill, en 1859, “Debe existir discusión para mostrar cómo la experiencia se ha de interpretar. Opiniones y prácticas equivocadas gradualmente se rinden frente a los hechos y los argumentos…”.
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