El atentado frustrado contra el avión de Detroit y la matanza de siete agentes en Afganistán, han puesto a la Agencia de Inteligencia en el ojo del huracán. El gran caudal de información de que dispone el centro desde el 11-S ha colapsado su capacidad de análisis
No hay mucha distancia desde la Casa Blanca hasta Langley, Virginia. El cuartel general de la CIA se encuentra en lo que parece ser a simple vista un súper-vigilado campus universitario. Y justo a la entrada, hay un legendario muro con 87 estrellas en recuerdo de los hombres y mujeres de la Agencia Central de Inteligencia muertos en acto de servicio desde que fuera fundada «la Compañía» tras la Segunda Guerra Mundial. Un tercio de esos nombres permanecen bajo estricto secreto.
Ahora habrá que esculpir nuevas estrellas de cinco puntas en ese muro, en honor de los siete empleados de la CIA -cuatro espías y tres guardias de seguridad- que fallecieron el pasado 30 de diciembre en la provincia de Khost (Afganistán). Fueron víctimas de un atentado suicida perpetrado por Humam Jalil Abu Mulal al-Balaui, un agente doble jordano. Esta matanza es considerada el mayor golpe contra el espionaje de los Estados Unidos desde la muerte de ocho funcionarios en el atentado con un camión bomba, en 1983, contra la embajada de EE.UU. en Beirut.
La matanza de Afganistán, junto a la incapacidad demostrada en el atentado frustrado contra el vuelo de la compañía Northwest que el día de Navidad cubría la ruta Amsterdam-Detroit, han servido para poner una vez más en evidencia a los servicios de inteligencia de Estados Unidos. La CIA es un gigante miope. Y también para cuestionar los cambios radicales ordenados en «la Compañía» y sus métodos tras el 11-S.
Dieciséis agencias
No hay que olvidar que se trata de un universo paralelo donde operan 16 agencias gubernamentales, con un presupuesto anual confidencial pero estimado en torno a los 45.000 millones de dólares.
Además de la creación del nuevo Departamento de Seguridad Interior, la CIA perdió formalmente en 2004 su histórica preeminencia dentro del espionaje de Estados Unidos. Sometida a una nueva figura de coordinación, el llamado director nacional de inteligencia. Pero desde la llegada de la Administración Obama, esa estructura se ha visto sometida a enormes tensiones y a una lucha de poder burocrático que ha requerido la intervención de la Casa Blanca.
Desde sus respectivos nombramientos, Leon Panetta, el director de la CIA, y Dennis Blair, director nacional de inteligencia, se han venido enfrentado sobre todo por la misión en Afganistán. Además de disputarse quién es competente para nombrar a cada uno de los responsables del espionaje destinados en el extranjero. Competencias tradicionalmente adjudicadas desde la Guerra Fría a los jefes de estación de la CIA.
Toda esta pelea de pasillo tuvo que ser resuelta desde el despacho oval con una orden clasificada emitida el pasado noviembre. Disposición que, según filtraciones periodísticas, confirma la preeminencia de la CIA en operaciones de inteligencia en el extranjero. Pero reconociendo también que el director nacional de inteligencia debe ser informado con antelación de operaciones clandestinas, además de estar presente en las reuniones del presidente de EE.UU. con los responsables de «la Compañía».
Concentrada en su función básica de obtener «inteligencia humana» sobre el terreno, desde 2001 han trascendido la desmoralización en las filas de la CIA y el cúmulo de tensiones generado por la falsa atribución de armas de destrucción masiva al régimen de Sadam Husein. Historial al que se ha sumado el fallo a la hora de detectar el intento de destruir el abarrotado vuelo 253 de Northwest durante su maniobra de aproximación al aeropuerto de Detroit.
Fallos de coordinación
Barack Obama, en su intenso ejercicio de contrición política, ha sido el primero en reprochar que los servicios de inteligencia de Estados Unidos disponían de suficiente información sobre el joven nigeriano Omar Faruk Abdulmutalab como para haber actuado de forma preventiva. A pesar de la teórica coordinación del director nacional de inteligencia y el Centro de Contraterrorismo organizado a poca distancia de Langley.
Pese a los cambios ordenados por la Casa Blanca, el frustrado atentado de Detroit está siendo interpretado como el mejor ejemplo de que el masivo caudal de información sobre la lucha contra el terrorismo generado desde el 11-S ha desbordado la capacidad de análisis disponible. Mientras, la relegada CIA, según el «Washington Post», apenas se aguanta las ganas de gritar: «Nosotros ya avisamos».
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