Las Farc fueron uno de los primeros aparatos de violencia armada que el poder soviético implantó desde los años 1950 para tratar de arruinar la democracia liberal en el continente latino americano.
*Eduardo Mackenzie
Esa potencia extra continental dirigió y financió cada uno de los pasos que dio el Partido Comunista de Colombia para preparar y organizar la emergencia de esa maquinaria de desolación. Las Farc son uno de los productos más nefastos de la Guerra Fría.
Aún después del fin de ese periodo, y del derrumbe de la URSS, las Farc lograron perpetuar en Colombia, a través de operaciones armadas, de artificios ideológicos y del tráfico de drogas, la empresa de terror y desestabilización creada por el Kremlin para someter al mundo libre.
Con el paso de los años, y por los graves errores de sus adversarios, las Farc terminaron convertidas en la organización terrorista más experimentada de Occidente. En el vasto espacio humano, geográfico, espiritual y político que constituyen los continentes americano y europeo, no hay una organización criminal comparable a las Farc. Esta supera a las otras por su durabilidad excepcional y por el número de víctimas, civiles y militares, que ha infligido a una sociedad abierta. Sus tentáculos y apéndices intentan, aún hoy, ganar un nivel operativo político y militar en varios puntos del continente.
El éxito de la Operación Sodoma, realizada por el Estado colombiano el 22 de septiembre de 2010, en La Escalera (Meta), debe ser analizado en ese marco. La muerte Víctor Julio Suárez Rojas, alias Jorge Briceño, alias “Mono Jojoy” no es un evento únicamente colombiano. Ello tendrá un impacto que va más allá del continente americano.
Los proyectos globales de las Farc y de sus apoyos, dentro y fuera de Colombia, fueron durablemente afectados por la acción de los combatientes de la Fuerza Aérea, del Ejército y de la Policía. Esa operación conjunta confirmó que ya no hay un campamento, ni un bunker, por más escondido y eficazmente defendido que sea, que no esté al alcance de la inteligencia y de las armas de la República. Esa operación mostró igualmente la determinación que anima al presidente Juan Manuel Santos, y de la sociedad en su conjunto, de poner fin a décadas de horror, depredaciones y engaños de esa fuerza armada comunista.
Para nadie es la hora del triunfo definitivo. Gracias a la temeridad y al sacrificio de los soldados y policías colombianos durante los ocho años pasados, bajo órdenes del presidente Álvaro Uribe, las Farc viven la mayor de sus crisis. Sin embargo, esa organización juega un papel central en el proyecto mal llamado “bolivariano”, destinado a precipitar el continente en un nuevo ciclo de despotismo “revolucionario” y de miseria social. Hay un entorno internacional relativamente favorable a ese proyecto y Colombia debe dotarse de mecanismos intelectuales, políticos, diplomáticos y militares para responder a ese desafío.
Alias “Jojoy” era el jefe militar de las Farc. No era uno de los “históricos”, pero si uno de sus cuadros más despóticos, temibles y temidos.
Tras sus 35 años pasados dentro de las Farc (algunos aseguran que pasó más de 42 años en esa banda), el se había convertido en el terror de sus propios hombres. Ellos desconfiaban de él y muchos fueron víctimas de su desmesurada paranoia, en fusilamientos expeditivos dictados por su miedo a ser capturado o ultimado.
Por eso él fue finalmente traicionado: desertores ayudaron a la inteligencia del Ejército y de la Policía a localizar y describir su búnker principal, construido en hormigón y bajo tierra y protegido por montañas y espesos bosques.
Su cuartel general era, según las autoridades, un búnker de 300 metros de largo con varias salidas. Para su protección “Jojoy” monopolizaba entre 600 y 1.000 guerrilleros de la zona.
Miles de colombianos y decenas de extranjeros murieron o perdieron su libertad o su salud por las decisiones adoptadas por ‘Jojoy’. Miles más fueron heridos y mutilado de por vida a causa de él. ‘Jojoy era un verdugo impredecible y un mafioso despiadado que había robado miles de hectáreas de tierras a los campesinos. A él le gustaba la buena comida, era amante del whisky, de los relojes ultra caros, de los autos de gran cilindrada y de los caballos, mientras que sus tropas vivían escondidas en la selva como ratas.
La toma de pueblos apartados, los atentados, emboscadas y secuestros realizados contra civiles y militares desde 1990, el minado de campos, incluso muy cerca de escuelas rurales, las “pescas milagrosas” (secuestros masivos), la tortura y asesinato de rehenes, y de algunos de sus familiares, las destrucciones de infraestructuras, el envenenamiento de acueductos, el uso de niños, de mendigos y de animales como bombas vivientes, el intento de inundar a Bogotá, fueron actos instigados, supervisados y dirigidos personalmente por “Jojoy”.
El hombre, cuya verdadera identidad sigue siendo un misterio, fue el mejor discípulo del fallecido Pedro Antonio Marín, alias “Tirofijo”, uno de los fundadores de las Farc y miembro del comité central del Partido Comunista Colombiano.
El periodista Gonzalo Guillén cuenta una anécdota que muestra quien era “Jojoy”. Una tarde, en agosto de 2001, un viejo Mazda entra lentamente a una finca cerca de San Vicente del Caguán, donde “Jojoy” está protegido por más de 300 hombres armados con fusiles Kalashnikov. Del coche se baja una pareja de campesinos, de más de 50 años. Con ayuda del chofer sacan una caja de cartón que contiene 650 millones de pesos, alrededor de 325 000 dólares. “Jojoy” no responde al saludo y enfurece cuando se entera de que no han traído el millón de dólares que había exigido por la liberación del hijo de ellos, quien había sido secuestrado hacía un año. “El dinero se queda aquí y ustedes regresan a conseguir el resto”, eructa “Jojoy”. La pareja ruega que les libere el hijo. “En medio de lágrimas, dice Guillén, afirman que nunca obtendrán esa suma y se niegan a abandonar el lugar. Conmovido, el chofer implora: ‘Comandante, hágales una rebajita’. Cinco minutos más tarde, el jefe militar de las Farc saca su pistola Beretta y elimina la pareja de un disparo a quemarropa en la cabeza. ”
¿Toda esa violencia para qué? Para imponer en Colombia un sistema antisocial que fracasó en todas partes.
En sus 35 años de carrera criminal, “Jojoy” acumuló 105 órdenes de captura por actos de terrorismo, rebelión, homicidio, secuestro extorsivo, lesiones personales, fabricación y tráfico de municiones. Los Estados Unidos habían pedido su extradición por delitos relacionados con el tráfico de drogas.
Fue “Jojoy” quien inventó la táctica de hacer un vacío absoluto en las regiones. El 13 de junio de 2002, en el páramo de Sumapaz, a pocos kilómetros de Bogotá, durante una reunión de las Farc, “Jojoy” lanzó la siguiente orden: “Secuestrar o ajusticiar a quien no renuncie a su cargo en cualquier rincón del país”. Esas palabras desataron una ola de pánico entre los elegidos del país. Una docena de alcaldes y de candidatos a alcaldes fueron asesinados o secuestrados. Pero los representantes del pueblo resistieron y el Ejército y la Policía comenzaron a barrer las Farc de las regiones más afectadas.
El comandante militar de las Farc también está detrás de la matanza de doce misioneros pacifistas, entre ellos ocho estadounidenses, que habían caído en sus manos, y de varios intentos de asesinato contra el presidente Álvaro Uribe. “Jojoy” fue el inventor de los terribles campos encerrados con púas donde un cierto número de secuestrados fueron concentrados en algunos momentos. Fue él quien lanzó esta amenaza: “Si no hay canje (intercambio de rehenes por terroristas presos) habrá que liquidarlos”. “Jojoy” fue quien concibió el atentado contra el club El Nogal, del 17 de febrero de 2003, en Bogotá, donde 36 civiles murieron y 200 quedaron heridos.
Todos esos crímenes detestables, cuya lista es interminable, habían quedado sin castigo hasta el pasado 22 de septiembre de 2010. Los dos últimos gobiernos le propusieron a “Jojoy” que se rindiera, a cambio de un proceso legal con garantías. El respondió con nuevos ataques sangrientos, como la reciente ola de brutales asaltos, de agosto y septiembre, que le costaron la vida a 43 policías y soldados.
La prensa colombiana ha hecho una descripción incompleta de “Jojoy”. Ella dijo que él era el líder más brutal de las Farc, que era un gran criminal, un gánster, e incluso “un Hitler”. El era todo eso, por supuesto, pero los medios de comunicación han ignorado un detalle fundamental: él era, sobre todo, un líder comunista. “Jojoy” fue el jefe militar de una banda creada por Moscú para que se tomara el poder en Colombia en los años 1950-1960 y esa organización nunca ha renunciado a su línea marxista-leninista. “Jojoy” fue, desde 1993, uno de los siete miembros del buró político de las Farc.
Los crímenes de “Jojoy” fueron, por lo tanto, el resultado de una ideología con profundas raíces en las Farc y de una línea política basada en el precepto de que la “revolución proletaria” debe utilizar todas las formas de lucha, especialmente las más violentas.
No es por casualidad que casi todos los partidos comunistas y otras formaciones de la extrema izquierda del continente americano, han lamentado la muerte de ese pavoroso verdugo. El primero en responder fue Jaime Caicedo, secretario general del Partido Comunista de Colombia, quien dijo en un comunicado que la muerte de “Jojoy” fue un “duro golpe”. “No me alegro de este golpe”, dijo antes de atacar violentamente al gobierno colombiano y a las fuerzas armadas quienes habrían cometido, según él, una “orgía de sangre”.
Curiosamente, Jaime Caicedo se olvidó de hablar de “orgía de sangre” unos días atrás, cuando una patrulla de las Farc quemó vivos a 14 policías que fueron atacados con minas antipersonas rociándolos después con gasolina en una carretera de Doncello (Caquetá).
El Partido Comunista de Argentina hizo la declaración más larga. Él describió la muerte de “Jojoy” como un “asesinato”. La prensa comunista de Estados Unidos, Cuba, Uruguay, Venezuela, Bolivia y España repitieron las palabras de Jaime Caicedo y del PC argentino. El PC de Venezuela y la publicación chavista Aporrea (que significa “golpea muy duro”), deploró la muerte del “Comandante Briceño” y anunció, como Jaime Caicedo, que las Farc “no se rendirán”. L’Humanité, el órgano del PC francés, consideró que con la muerte de “Jojoy” las Farc “perdieron un líder histórico”. El PC argentino, y el Movimiento Continental Bolivariano, convocaron incluso a un “acto público de homenaje” a “Jojoy” en Buenos Aires.
Todos esos grupos parecen estar de acuerdo: el gobierno colombiano debe parar su ofensiva contra las Farc y entrar en “diálogo” con éstas para llegar a una “negociación” y a “acuerdos políticos” para reformar la Constitución. No obstante, ninguno de ellos se atreve a sugerirle a las Farc liberar las decenas de víctimas que aún siguen secuestradas por ellas, y cesar sus acciones violentas. El objetivo de las Farc y de sus aliados es preparar el terreno para una amnistía general para todos esos criminales.
El Estado colombiano continuará su marcha contra el terrorismo. El triunfo definitivo dependerá de tener una visión completa de lo que es la guerra subversiva, con sus componentes visibles e invisibles, ilegales y legales. La protección jurídica de los militares y policías que intervienen en ese combate deberá ser una prioridad de ahora en adelante. Pues los hombres y mujeres que están dando sus vidas por las libertades públicas están siendo víctimas de montajes y acusaciones falsas, de encerronas judiciales. Ellos deben ser protegidos contra la guerra jurídica de las Farc. Colombia debe volver a una cierta normalidad. Bajo la presión de algunas Ongs de derechos humanos en su versión ideológica, el gobierno dejó de lado la justicia penal militar. La justicia penal militar, sin embargo, no es un capricho de mentes belicistas. Es una creación legítima del Estado de Derecho. Ella fue creada para castigar las infracciones e incluso los crímenes que algunos pudieren cometer, pero también para proteger a los servidores públicos de las campañas mentirosas y de las falsas pruebas.