En los pasillos del mundo se murmura el nombre del presidente brasilero como el líder del nuevo orden económico mundial. Se presume además que muy pronto su liderazgo va a llevar a que Brasil y países con los que está aliado saquen el protagonismo a los Estados Unidos de América. Esto provoca una satisfacción especial en aquellos que sueñan más en la caída de lo que ellos denominan el ‘imperio’ que en el crecimiento personal; además de suscitar falsas ilusiones en habitantes de países gobernados por izquierdas nefastas dónde sólo una falsa esperanza es el combustible que ayuda a subsistir.
Pero como dice el dicho, “no todo lo que brilla es oro”, y este es el caso de Lula da Silva. El obrero devenido en sindicalista y luego en presidente por el PT (Partido dos Trabalhadores) gana las elecciones en el año 2003 luego de varios intentos fallidos. Su bandera política siempre fue la izquierda recalcitrante, y sus objetivos eran, romper con el sistema, llevar adelante la reforma agraria, luchar contra la inflación, la pobreza y la corrupción.
Cuando Lula asume, la economía brasilera estaba acomodada y los graves problemas inflacionarios habían quedado en la historia con el ‘Plan Real’, instaurado en el año 1994 por Fernando Henrique Cardozo, quién entonces era Ministro de Hacienda. Tampoco hay que olvidarse de la fuerza empresarial brasilera, que controla muy de cerca al gobierno y es parte fuertemente activa de todas las decisiones económicas del país. Así funcionaba Brasil antes del 2003 y siguió ese camino con Lula. No fue él quien impulsó el crecimiento sostenido del país. Su política fue la de seguir con el modelo preestablecido, conducido básicamente por los empresarios, y no por los verdaderos deseos marxistas del líder del PT y de quienes votaron por él. Podemos concluir entonces que sus promesas sobre inflación y pobreza tienen poco de mérito propio.
Sin embargo, lo que muchos compraron de Lula fue su promesa de lucha contra la corrupción. Él mismo hizo grandes ademanes de estar llevando a cabo la iniciativa, hasta que salió a la luz ‘el escándalo de las mensualidades’, que no era nada más ni nada menos, que la acusación que recayó sobre el tesorero del PT de pagar escandalosas sumas de dinero a diputados, para conseguir el voto en proyectos oficialistas. El presidente brasilero, indignado, manifestó que desconocía completamente este accionar, y además, agregó que fue una acusación para desestabilizar a su gobierno. ¿Realmente fue tan iluso el que anteriormente, cómo líder sindical, movía a miles de personas a manifestaciones que lograron debilitar el poder de la dictadura brasilera?, ¿fue tan poco perspicaz quién (siempre en figura de líder) logró tener más de cuarenta días a trescientos mil ‘trabajadores’ en huelga?, muchos aseguran que no y que da Silva conocía perfectamente el entramado de las ‘negociaciones’ en el Congreso.
Hasta este punto, nos encontramos con un estilo de presidente al que Latinoamérica nos tiene acostumbrados Nada del otro mundo, mucha demagogia y demasiada propaganda. Entonces, ¿por qué Luiz Inacio despierta tanta admiración?, ¿qué está haciendo por el mundo?, ¿tanta importancia tiene que un país aloje los juegos olímpicos o el mundial de fútbol?, ¿o será demagogia pura?, veamos.
Corría el año 1990, el muro de Berlín había caído y la catástrofe soviética ya no tenía más opción que disolverse. Ante tremenda derrota del régimen comunista, Fidel Castro vislumbró que quedaba en soledad, por lo que encargó al líder del PT, Lula, la convocatoria de grupos de izquierdas y de guerrilleros, a una convención en la ciudad de Sao Paulo. Da Silva, siguiendo el pedido de su admirado Castro, no perdió el tiempo, y llevó a cabo la reunión.
Este encuentro, conocido como ‘El foro de Sao Paulo’ es la continuación de la Conferencia de OLAS, celebrada en La Habana en el año 1967, con el objetivo de extender la revolución cubana al resto de Hispanoamérica mediante la lucha armada como único medio de conquista. La misma tuvo éxito en cuanto a su expansión, pero no lograron el objetivo de someter a Latinoamérica entera como habían hecho con Cuba. Lamentablemente, esos grupos que parecían ya debilitados y sin trascendencia alguna, se reencontraron, se unieron y plantearon similares objetivos para nuestro continente. El cambio solo se da en el ‘como’ llevar adelante la cubanización continental. De ahora en más, buscan acceso al gobierno por vías democráticas, para luego destruir las instituciones desde adentro, vendiendo una imagen de ‘socialistas moderados’.
Lula, ‘el moderado’, no sólo fue el responsable de organizar el Foro de Sao Paulo, sino que además, es quién fomenta y da apoyo estratégico a los países inmersos en lo que gustan llamar ‘socialismo del siglo XXI’. Ni Kirchner, ni Correa, ni Morales, y ni siquiera Chávez tendrían tantas chances de someter a sus países si no fuera por el incondicional apoyo y manejo estratégico de da Silva.
El presidente brasilero hace sus negociados armamentísticos con el líder de la patria que fomenta libertad, igualdad y fraternidad. A su vez Brasil vende aviones de guerra a Venezuela, y ésta financia con el dinero del petróleo a los candidatos ‘revolucionarios’ en los diferentes países latinoamericanos. Esta ingeniería de la toma del poder, llevó a que, en menos de veinte años, la mayoría de los países de Sudamérica estén gobernados por miembros del foro de Sao Paulo, o sea, por el marxismo, leninismo, castrismo, guevarismo, etc.
Sus objetivos son claros y no intentan disimularlos. Empiezan por destruir las fuerzas armadas, siguen con los medios de comunicación y la anulación del poder de los congresos, dónde son mas amigos de la oposición que de sus propios partidarios, creando así la farsa de los opositores que balbucean acusaciones que fortalecen al supuesto enemigo.
Cuando un país se les revela, como fue el caso de la caída de Zelaya en Honduras, el verborrájico Chávez amenaza con la intervención armada en defensa de lo que él considera democracia, a la vez que la desfachatez del ejecutivo argentino manda mensajes sin sentido imitando a los vecinos de Ecuador y Bolivia. Sin embargo, el que realmente se destacó fue el ‘moderado’ Lula da Silva, comparando la situación del país con golpes militares, intentando confundir dictadura con el rechazo a la misma. Con poco éxito ante el pueblo hondureño, y no conforme con lo declarado, puso a disposición de Zelaya la embajada de Brasil en Tegucigalpa, dando lugar a la ebullición social, con todo lo que esto significa. Afortunadamente, tampoco tuvo éxito con esto último. De todos modos, el líder del país de la scola do samba, declaró que no iba a reconocer al presidente elegido democráticamente por los electores hondureños en noviembre del año 2009. ¡Un verdadero demócrata bolivariano!
Pero este brasilero no sólo sabe de democracia, sino que además encontró la solución al problema de la crisis económica mundial. El mismo declaró que en el Manifiesto Comunista de Engels y Marx existen “recetas útiles” e “ideas audaces” para hacer frente a la crisis internacional. Evidentemente no sabe de lo que habla, ya que el panfleto marxista carece en su totalidad de recetas e ideas útiles y audaces. Con estas afirmaciones reafirma lo que alguna vez manifestó en una entrevista, cuando dijo “No me gusta leer. Me aburre…. Con dos páginas ya tengo sueño. Prefiero la tele, esto sí me encanta! Y cuanto más basura mejor”. Lo de la basura quedó más que claro, ¿será por eso que dijo que “Chávez es el mejor presidente que tuvo Venezuela en los últimos cien años”?.
Indiscutiblemente, Lula no es lo que quiere aparentar. Pretende ser algo que no es, para engañar, y así, de a poco, transformar el cono sur en la Unión de Repúblicas Socialistas Sudamericanas. Sus pretensiones van más allá del pernicioso intervencionismo estatal. Este ex tornero no solo es adulador de Castro, sino que también se abraza con Ahmadineyad. Argumenta que hay que conversar con todos para lograr la concordia, y es por este espíritu de amor y paz que defendió el plan nuclear iraní, dejando en claro, que apoya la política de aquél que se regocija incitando a la destrucción y desaparición del estado de Israel y de la cultura occidental. ¿Qué pensarán los brasileros de este nuevo amigo de Brasil?, ¿qué correrá por la cabeza de las cariocas que semi-desnudas toman sol en Ipanema?, ¿conocerán el significado de la palabra ‘burka’?; ¿Cómo se vería el carnaval de Bahía al estilo del fundamentalismo musulmán?. ¿y qué pasaría con las incorregibles y altaneras feministas?. ¿Qué está fomentando Lula con su diálogo y ‘tolerancia’?.
Las preguntas son muchas, pero la respuesta a todas es una sola. Lula es un polizón en la nave de la libertad, dónde de a poco subió a cubierta, y cuando nadie se dio cuenta, se transformó en el gran capitán. La nave de la libertad de a poco va girando, y estamos volviendo en sentido contrario; sin embargo, la tripulación sigue creyendo que el viento en contra es culpa del cambio climático y no de que emprendimos viaje de retorno a los mares de tempestades. Algunos parecen darse cuenta, pero los ‘esclarecidos’, soberbiamente arguyen que es imposible volver atrás.
Lula sigue siendo admirado. Zarkozy está ayudando. El comité olímpico y la FIFA también. La gran farsa necesita un disfraz, para que el brasilero no muestre sus ‘colores verdaderos’. Quiere ser Cristo y negociar con Judas. Se parece más al último, por lo traidor. Pero Lula no es Judas; Lula no es Cristo. Lula es Castro.